Desparpajo

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Palabras de vida, decías, y las repetías vulnerando mi capacidad de atención. Las leías de mí toda vez que si escribía lo hacía redundando en asuntos triviales y sin la más mínima importancia. Mi deporte y ocupación toda vez que permanecía casi ausente del estribillo en coro de la gente de la ciudad, era ir por tu casa a dejarte inquieta por tonterías y papelitos escritos prendidos al tablero con chinchetas. Detalles gigantes si suponemos que con simpleza rebasaba los límites y ya podrias estar llorando con exagerado acento; todo lo allí contenido, historias adornadas de exageraciones, narraciones desfasadas cargadas de alucinaciones. Pretensiones inalcanzables. Palabrería desmezurada. Así eras vos, siempre, una pequeña deslumbrada por tonterías que rimaban sin ton, obnubilada de antemano porque pretendía ser fino en la entonación usando términos rebuscados que había aprendido de oídas si prestaba atención cuando los monigotes doctorados amigos de mi padre venían a casa para tomar vino y entre humo asqueroso de habanos se jactaban de sus laureadas formaciones en países sosos y aburridos como Suiza donde en la época de turno estaba prohibido la apología a la jerga rasa, y ya descubría en ti lo fácil de incidir en la plebe, porque lo eras; quizá era lo que más adoraba en ti, aparte de tus ojos con anteojos, tan exóticos y extraños, y para cuando lo pienso siento estarlos mirando atónitos viéndome sonreír después de cada sílaba de las complicadas palabras que usaba, antaño, no solo para robar tu atención, también tu corazón que ya no me pertenece y que con honestidad ya no quiero.

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