Capítulo Cuarenta y uno.

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Una pequeña niña me jalaba el cabello mientras que otro jugueteaba con mi vestido. ¿En qué momento accedí a cuidar de estos dos niños?

La rubia que me había estado matando con la mirada se había acercado a Matt, sin ningún tipo de vergüenza le coqueteaba frente a toda su familia. El tal Will, primo de Matt, se estaba acercando a mí y gracias al cielo Matt se percató de eso por lo que se apartó de la rubia y se dirigió a mi.

—Lamento haberte dejado sola. —Habló a mi lado.

Su primo siguió derecho no sin antes darle una mirada asesina a Matt.

—Parece que mi primo quería coquetearte. —Añadió con un tono no muy feliz.

Lo miré. —Vengo contigo, no con el.

Él sonrió. —Tienes razón, lo siento.

—Pero ya que estamos hablando de eso, ¿quién es la rubia?—Dije curiosa, sin celos o algo parecido.

—¿Celosa, Ruzzo? —Dijo divertido.

Dios mío, traté de que se escuchara lo más natural posible. Y de hecho no tenía celos, no me causaba absolutamente nada.

—Nop, solo curiosidad.

—Ella es Evangeline, hija del tío de mi padre. —Tomó un sorbo de vino.

Me pasmé. —O sea que es casi tu prima.

Asintió. —Lo es.

—¿Y aún así te coquetea? Que enferma. —Solté sin pensar.

—Es ninfómana, hace dos años se lo detectaron cuando la encontraron con cinco hombres.

Abrí mis ojos como platos. —¡¿Con cinco?!—Grité por lo que todos voltearon a verme, me limité a susurrar un lo siento.

—Si, y todos de la edad de su padre.

—Que familia te cargas, Matt.

Rió desilusionado. —Lo sé. —Me sostuvo de la mano, —ven, quiero enseñarte algo.

Me llevó a un lugar lleno de árboles y todos coloridos con rosas a su alrededor, a lo lejos divisé millones de arbustos siguiendo una misma dirección paracia un...

—¿Eso es un laberinto?—Pregunté.

Asintió, —Es el laberinto de mi familia. —Añadió,—según dicen que todos los que han entrado jamás han logrado regresar.

Lo miré,—¿Y nadie sabe porque?

Negó. —No, solo mi familia puede tener acceso, los demás desaparecen.

—Vaya, esto es de terror.

Soltó una carcajada. —Ni que lo digas.

Caminamos más hasta llegar a un árbol que tenía una casa hecha de madera en una de sus fuertes ramas.

—No me digas que esa casa también le pertenece a tu familia.

Se notó triste. —No, esa casa la hicimos Amy y yo.

No sabía que él y ella habían tenido algo que ver, por alguna extraña razón sentía que ella estaba ahí con nosotros.

Este lugar me estaba volviendo loca.

—Matt, ¿crees que puedas contarme sobre ella?

Su mirada se encontró con la mía. —Seguro.

Nos sentamos en el césped verdoso que se encontraba ahí, debo decir que yo soy algo alérgica a esto pero evidentemente no lo dije.

—Amy era una mujer maravillosa, siempre quería hacer de todo, tenía una llama que nunca se apagaba. —Silenció,—la conocí en un partido de polo, ella y aquel caballo suyo hacían maravillas.

¡Aléjate de mi!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora