El internado. 5 años después.
El sonido del reloj de madera se golpeaba contra las paredes.
Aquel lugar se suponía ser un centro de recuperación para enfermos mentales pero, en realidad, ni siquiera era un edificio formal, sino una casa muy grande, y antigua.
Se encontraba ubicada en un lugar aislado, donde todo era campo, y Mei había escuchado por ahí que esa era de las principales razones por las cuales la construcción había servido ya como monasterio, orfanato y, actualmente, internado.
Por los pasillos se escuchaban gritos, llanto y personas conversando. Después de un rato resultaba realmente molesto y escalofriante.
En el ambiente se captaba el aroma de algún aromatizante que era un intento de olor a madera de pino. Eso estaba mezclado con los aromas que salían de la cocina, los productos de limpieza y los perfumes baratos que usaban algunas de las empleadas.
No había muchas personas allí, pero si de algo se podía estar seguro, era de que la mayoría eran mujeres. No era sorprendente, es decir, ya se sabía que las mujeres, aunque eran llamadas "el sexo débil" irónicamente eran las que más sufrían. Tenían cierta capacidad para verle un lado positivo hasta a las peores cosas, pero también podían llegar hasta aquel punto en el que se rompían y ya no había vuelta atrás.
Por lo que le habían informado a Mei, era un internado con "mucha disciplina" pero, desde su punto de vista: era todo lo contrario. Lo primero que había notado al aparcar el auto afuera, había sido que una parejita de hombre y mujer se estaba besuqueando en la entrada. Además, ya llevaba como media hora ahí sentada fuera de la dirección y la directora y respectiva subdirectora, que eran quienes supuestamente la atenderían, aún no se aparecían. Así que después de todo la disciplina no era tan buena como se presumía.
Era la hora del almuerzo, pues se notaba más movimiento en el piso de abajo y por las ventanas se veían chicas afuera (claro que con conserjes y otras personas vigilándolas muy de cerca, como para procurar que no cometieran alguna locura).
Comenzaba a darle jaqueca, esto venía a que casi no había dormido, aún no desayunaba y estaba demasiado estresada.
Por fin escuchó pasos por el pasillo...y entonces dos mujeres se aparecieron ahí. Ambas estaban vestidas igual, era una especie de uniforme. Se veía que llevaban blusas de un color tinto, pero la chaqueta y pantalón que las acompañaban eran azul marino. Ambas llevaban tacones.
Se trataban de las "jefazas".
Con aire de superficialidad, la que iba al frente se acercó a Mei y le tendió la mano, aunque no le intimidó ni un poquito.
-Selene Castillo Marroquín. Directora.- se presentó la mujer. -Usted debe ser Mei Fitch Hernández, ¿no?
-A su servicio.- respondió Mei. La directora hizo una mueca y le soltó la mano.
-Se ve más joven de lo que pensé. Sígame.
Parecía como si la subdirectora ni siquiera estuviera ahí. La directora era la mandamás, por no mencionar que tenía la fama hasta por arriba de su cabeza.
Mei las siguió algo de mala gana. No era que estuviera muy metida en eso de las filosofías, pero ese par de mujeres le daban mala vibra, eran incluso peores que las personas con las que tenía que tratar en la universidad.
La escoltaron hacia la oficina, un lugar bien arreglado y lleno de libros. Era todo de un estilo muy antiguo, algunas cosas no encajaban, pero de todas formas estaban ahí estorbando.
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La Luna en Mayo
Novela JuvenilPara Luna Lizárraga, la vida era fácil: Pasarse los días con Mei Fitch, Nelson Barreras y su mejor amiga Ana Martínez. Correr, gritar, saltar, y con la ayuda de Ana molestar a Mei hasta lograr que la pobrecilla acabase siempre al borde de las lágrim...