No podía explicar la inmensa felicidad que tuve cuando la volví a ver, mi corazón se volvió como un niño chiquito con juguete nuevo. Fue ahí donde me detuve, me detuve a pensar la suerte que corría por mi vida, al poder ver semejante belleza. No tenía palabras para poder explicar aquella sonrisa, esa sonrisa que me hacía la vida más feliz. Desconozco las cualidades o los secretos de esos bellos ojos que reflejan la luz del sol por sus pupilas imperfectas con esos anteojos que adornan la belleza de su mirada, que me hacen admirarlas por horas y sí yo quisiera por una eternidad. Las facciones más sencillas que podían tener sus cachetes, esos redondos y regordetes cachetes, que sólo me ansiaba llenarlos de besos. Y esos labios que complementaban ese dichoso rostro tan imperfecto, con gestos tan comunes, con un brillo inigualable, que mi corazón se aceleraba por rosarlo con mis manos. No sabría como tener el valor de poner palabras en mi boca para poder desglosar aquella silueta que me mataba de agonía, que me hacía retorcer por tenerla entre mis brazos, de tener un pedazo de ella en mi ser. No podría imaginar todo aquel tipo de sentimiento que me provoca saborear esos dulces labios. Y pasando a todo aquel escultura, sí, su cuerpo. No era el tipo de cuerpo que todo chico podía desear, pero más que tener un buen cuerpo y unas curvas que cualquiera podría delirar por tenerla, era el tipo de cuerpo que desearía tener sobre el mío, para sentir el calor que recorre por su piel, sentir el latido de su corazón sobre mi pecho, poder ten al atrevimiento de rosar mis manos sobre su espalda y besar cada lunar que hace lugar en su alma. Y lo sé, tal vez no sea el indicado para estudiar cada parte de su esencia que la conforma, pero no podría sobrevivir de saber que aquella belleza convertida en persona me podía ser la única que me podía calmar con una mirada, o un sonido tan amargo de su dulce voz. Pero desde el día que sentí su esencia en un cuarto con personas huecas, desde ese día me sembró un universo en el corazón, un corazón que le pertenece sin prejuicios, sin ataduras, sin molestia alguna. El universo detuvo en ella, observándola, estudiándola, admirándola... De admitir que era el cuerpo más hermoso que yo un vagabundo amoroso y un hippie de derrocha felicidad, podía tener la dicha de gozar el tipo de suerte que corre una vez en la vida, de tener esos que me hipnotizan, que el paraíso es su sonrisa, que el tiempo se detiene para poder alcanzar el cielo.
Ese... ese es el cuerpo tan imperfecto que me absorbe la felicidad, que me gusta admirar, ese cuerpo imperfecto por la cual mataría.