Prologo

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¿Como había llegado a eso? Era la constante pregunta que se hacía todos los días. Afuera la lluvia caía sobre la bella ciudad de Sicilia y sobre las personas que aún seguían en las calles, la brisa fresca agitaba las ramas de los árboles que adornaban los parques. Le hubiera gustado estar ahí para sentir un poco de ese clima refrescante que las personas comunes podían sentir, pero sabía que era imposible, menos en esos momentos en los que su jefe, Osomatsu Matsuno el Don de la mafia más peligrosa y poderosa de toda Italia, lo sometía contra su carísimo escritorio de madera importada mientras lo sujetaba de las caderas fuertemente para penetrarlo con violencia golpeando repetidas veces ese punto en su interior que le hacía ver estrellas.

No se quejaba, de hecho nunca lo hizo, la entera razón por la que se encontraba en esa situación humillante para algunos era meramente su culpa. Su culpa por haber aceptado un trabajo como ese cuando su amigo y compañero Choromatsu se lo ofreció aquel fatídico día, su culpa por no haber visto las señales de peligro, su culpa por no haber renunciado a esa locura cuando tuvo la oportunidad... Su culpa, toda su maldita culpa, por haberse enamorado perdidamente del mismísimo diablo en persona quien no era más y nada menos que él mismo hombre que en esos momentos dejaba marcas de propiedad en su muy adolorido cuello, sabía que esas ¨muestras de cariño¨ tardarían días en quitarse.

Sintió unos empujes más contra su cuerpo y después la muy conocida sensación de sus entrañas siendo llenadas de aquel espeso y caliente líquido blancuzco. Osomatsu se dejó caer encima de su cuerpo tratando de regular su agitada respiración. Por su parte trato de acercarse un poco más al cuerpo del contrario tratando míseramente de obtener algo de calor y confort que no pudo tener desde que inició el acto carnal. El de mirada rojiza pareció entenderlo pues rodeo rápidamente sus manos contra la cintura del menor repartiendo delicados besos en su rostro, eran esos momentos los que más disfrutaba, se sentía querido y protegido entre esos brazos, mismos que podrían acabar con su vida en cualquier momento cuando se aburriera de él.

– J-Jefe me está aplastando...

– Tranquilo Karamatsu, solo quiero abrazarte un poco más – sonrío encantadoramente haciendo que el de ojos azules no pudiera replicarle nada, como siempre – además has estado fuera mucho tiempo, realmente te extrañe.

– También lo extrañe – dibujo una tímida sonrisa mientras pasaba sus manos por el pecho del mayor haciendo dibujos imaginarios, amaba demasiado a ese hombre.

– ¿Cuántas veces te he dicho que dejes de tratarme de usted cuando estemos solos? – le regañó mientras se sentaba en la enorme silla de cuero negro llevándose consigo al menor haciendo que este rodeará con sus piernas su cintura.

– Perdón, es la costumbre supongo. – se abrazó enteramente al cuerpo del otro sintiendo como sus pieles se juntaban de manera íntima.

– Bueno como veo que no pareces entender tendré que castigarte – sonrío coqueto mientras insertaba dos dedos de golpe en el cálido y apretado interior del menor.

Karamatsu soltó un largo gemido al sentir como el miembro de Osomatsu se introducía de nuevo en su interior facilitando la penetración debido al semen que aún escurría de su entrada, aquello definitivamente iba para largo. Mientras, del otro lado de la ciudad un enorme auto blindado se estacionaba cerca del muelle principal. Del vehículo bajaron dos personas, uno vestía un traje negro con una camisa amarilla que venía a juego con los alegres ambares que tenía por ojos mientras que en su mano derecha sostenía un bate de béisbol ensangrentado, algo que contrastaba con la enorme sonrisa que llevaba en el rostro. El otro vestía un traje blanco con una camisa lila y una corbata morada que hacía juego con el sombrero blanco que llevaba puesto y escondía su desordenado cabello negro.

Ambos se veían peligrosos, sobre todo el de blanco quien tenía una fría mirada violeta y cargaba en sus hombros un gran rifle de asalto, además de la sonrisa de psicopata con dientes afilados que poseía. Con un chasquido de dedos le ordenó al joven del bate que se moviera y comenzará el trabajo que les había sido encomendado. El alegre chico corrió hacia la parte trasera del auto de donde saco una enorme bolsa de plástico negro que tiro sin ningún tipo de cuidado al sucio suelo. El de ojos violetas se acercó al bulto que se removía ferozmente y sin pena alguna pateo la bolsa y lo que dentro de ella había estado moviéndose.

– La basura no debería tener vida propia – soltó de manera despectiva re acomodando su amada arma en sus hombros – Jyushimatsu sácalo de ahí, es hora de ajustar cuentas. – sonrío de manera psicopata mientras le hablaba al joven de camisa amarilla.

– ¡Enseguida Jefe! – dejo el bate de lado y procedió a abrir la enorme bolsa, de la cual salió un tipo de enormes dientes, ensangrentado y golpeado, mientras soltaba leves quejidos lastimeros. Jyushimatsu lo obligó a ponerse de pie frente a su Jefe.

– P-piedad – gemía de dolor pudiendo a penas sostener por sí mismo su maltratado cuerpo. – I-Ichimatsu te juro qu- – un golpe en el estomago lo mando de nuevo al suelo.

– Que dije acerca de que la basura no debería tener vida – chasqueo la lengua molesto. – no me interesan tus patéticas excusas, le fallaste a la Familia y el castigo es la muerte.

– ¡Espe...! – el suelo se lleno de sangre mientras que del cañón del rifle salía una delgada estela de humo. Ichimatsu sonrío complacido, su amada arma nunca fallaba a la hora de hacer callar a los estorbos.

– Vamonos Jyushimatsu, tengo una reunión con el idiota de Osomatsu en unas horas y debo prepararme mentalmente para escuchar las estupideces que dice – comenzó a caminar hacia el vehículo pero el menor no se movió. – ¿Que sucede?

– Verá Jefe... Es que... – el mayor lo miraba con paciencia, podía ser un maldito bastardo con todo el mundo pero Jyushimatsu era especial, casi podía decirse que era como un hermano menor. – hoy es mi aniversario con mi novia, Homura, y quería saber si podía tomarme el resto del día libre...

– Nunca entenderé esta estupidez frívola del amor – suspiro frustrado pues ahora tendría que ir a ver a Osomatsu solo con la bola de inútiles que se hacían llamar sus guardaespaldas – vete antes de que me arrepienta.

– ¡Gracias Jefe! – sonrío con genuina gratitud.

– De verdad que no entiendo a los idiotas enamorados – soltó una vez que ambos estuvieron en el auto con dirección hacia su hogar.

– Es porque nunca te has enamorado – cantaba Jyushimatsu con su usual energía. – el amor es...

– Una pérdida de tiempo – termino mientras estacionaba el auto en la entrada de la enorme mansión italiana. – el día en que llegue a enamorarme rómpeme el cráneo con tu bate.

Tal vez debió haber medido más sus palabras...

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