Domingo por la tarde

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Intento acercarme, mas a cada paso de arena, tus olas me arrastran a un pasado desalentador. Quedo relegado, apartado, alejado...
Me duelen los mordiscos de  desinterés que tan fieramente me asestas cuando te refugias en tu irresponsable inocencia. Eres ajeno a mi pasión. Eres ajeno a mi muerte cuando eres tú, con tus garras de marfil despiadado, quien me sepulta. Quien me condena a un infierno de imposibilidad. Tus labios están tan cerca de los míos, pero tan lejos al mismo tiempo, que mi alma no es capaz de entender tal contradicción y me sugiere el suicidio los domingos por la tarde. Es justo en ese momento, con el frío del finalizar de otra semana de tortura apoderándose del ambiente, cuando más me enamoro de tí: tus pestañas me desangran, tus mejillas me deshilachan y el recuerdo de tus dientes me arranca el ser.

Quiero que me arropes con tu noche. Quiero que me acoja tu calor. Quiero que tu cuerpo y el mío se fundan hasta acabar con esta amarga existencia que algunos llaman vida. Término no correcto, sin embargo, porque nunca se roza más  la muerte que estando lejos o cerca de tí.

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