Capítulo 2:

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Aunque vivo aquí, nunca me imaginé que la ciudad de Jackson, en Misisipi,
tuviera doscientos mil habitantes. Cuando leí este dato en el periódico me pregunté:

¿Dónde se mete toda esa gente?, ¿bajo tierra? Yo conozco a casi todos los de este lado del puente, y también a un montón de familias blancas, y puedo aseguraros que no llegan a dos cientos mil ni de lejos.

Seis días a la semana tomo el autobús que cruza el puente Woodrow Wilson para llegar al distrito en el que viven Miss Leefolt y todas sus amigas blancas, un barrio
llamado Belhaven. Junto a Belhaven está el centro de la ciudad y el Capitolio, la sede
del gobierno estatal. Aun que nunca he entrado, es un edificio muy grande y bonito
visto por fuera. Me pregunto cuánto pagarán por limpiar ese lugar.

Más allá de Belhaven, siguiendo la carretera, está el vecindario blanco de
Woodland Hills, y después empieza el bosque de Sherwood, con kilómetros de
enormes robles llenos de musgo pegado en la corteza. Todavía está sin habitar, pero ahí lo tienen los blancos para cuando quieran mudarse a un sitio nuevo. Luego viene el campo, donde vive Miss Skeeter en la plantación de algodón de Longleaf. Ella no lo sabe, pero yo estuve allí recogiendo algodón en 1931, durante la Gran Depresión,
cuando no teníamos nada para comer, sólo el queso que nos daba el gobierno.

Así pues, Jackson es una sucesión de barrios blancos a los que se suman los
nuevos vecindarios que van surgiendo a lo largo de la carretera. La parte negra de la ciudad, nuestro enorme hormiguero, se encuentra rodeada de terrenos municipales que no están en venta. Aunque nuestro número aumenta, no podemos expandirnos,y nuestra porción de la ciudad se nos va quedando cada vez más pequeña.

Esta tarde he tomado el bus número 6, que va de Belhaven a Farrish Street. En el autobús sólo hay sirvientas que regresamos a casa con nuestros uniformes blancos.

Charlamos y nos reímos en voz alta, como si el vehículo fuera nuestro. Lo hacemos
no porque nos dé igual que haya blancos en el autobús (gracias a la señora Parks,ahora podemos sentarnos donde queremos), sino porque somos todas buenas amigas.

Veo a Minny en medio del asiento del fondo del autobús. Minny es bajita y
rechoncha y lleva unos brillantes rulos negros. Se sienta abierta de piernas con los gruesos brazos cruzados. Es veinte años más joven que yo. Seguramente podría
levantar este autobús por encima de su cabeza si se lo propusiera. Una anciana como yo tiene suerte de tenerla como amiga.

Me acomodo en el asiento de delante de ella, me vuelvo y la escucho. Todo el mundo escucha a Minny.

-... así que le digo: «Miss Walter, al mundo le interesa tan poco su blanco trasero
como el mío negro, así que entre en casa y póngase unas bragas y algo de ropa, por
favo».

-¿Estaba desnuda en el porche de su casa? -pregunta Kiki Brown.

-¡Teníais que habé visto el trasero de la vieja! ¡Le cuelga hasta las rodillas!

El autobús entero ríe, se carcajea y mueve divertido la cabeza.

-¡Dios mío! Esa mujé está loquísima -dice Kiki-. No sé cómo te lo montas pa que siempre te toquen las más chiflas, Minny.

-Sí, claro, como tu Miss Patterson, ¿verdá? -responde Minny a Kiki-. ¡Carajo! Si es la que pasa lista en el club de señoritas zumbas.

Todo el autobús ríe. A Minny no le gusta que hablen mal de su jefa blanca. Sólo ella puede hacerlo. Es su trabajo, y por eso tiene derecho.

El autobús cruza el puente y hace su primera parada en el barrio de color. Una
docena de asistentas se baja y aprovecho para sentarme junto a Minny, que me sonríe
y me saluda con un golpecito del codo. Después se reclina en su asiento porque sabe
que conmigo no tiene que montar el numerito.

Criadas Y Señoras -Kathryn StockettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora