Capítulo IV

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Platicamos de diferentes cosas, mientas caminamos al parque. La mayor parte es sobre lo que haremos cuando entremos a clases, ya que Carolina estudiará en el mismo instituto que nosotros dos. Ojalá quede con nosotros. Me emociona porque este será nuestro último año y lo terminaremos juntos.

Nos sentamos en una de las mesas que están fuera de la pizzería. Carolina ofreció invitarnos, pero a Moisés no le gustó la idea que termino pagando él.

–Pregunta curiosa, Carol –así solíamos decirle.

–Dime –observa a Moisés.

–¿Por qué se mudaron? ¿cuál fuel motivo?

–Ah eso. Bueno, se acuerdan del antiguo trabajo de papá el cual fue despedido por problemas que tuvo con uno de sus compañeros –dice y ambos asentimos–. Mi mamá se veía afligida ya que mi papá no conseguía trabajo, lo que la motivo a buscar trabajo junto a él. Al cabo de dos meses, mamá fue quien consiguió trabajo, pero teníamos que mudarnos porque ese trabajo le brindaba una casa cerca de dicho lugar.

–¿Por qué están de vuelta? –pregunte curioso.

–Porque mi papá consiguió trabajo cerca de aquí. Mi mamá fue despedida hace como dos semanas y su antiguo jefe le pidió desalojar la casa –dice–. Y esa casa cerca de la de Elías la vendían y mi mamá la compro. Esa será nuestra casa ahora.

–Y por eso estamos de vuelta los tres, como cuando éramos niños –dice Moisés.

–Somos niños –dice Carolina divertida–. Lamentablemente mi Elías está sin sus padres. Ups no debí haber dicho eso –cubre su boca. Me sonrojo.

–Descuida, ya me lo ha dicho –dice Moisés.

–No te preocupes, Elí, sé que pronto volverán y estarán de nuevo juntos. Sabes, además, que cuentas con nuestro apoyo. Ahora que estamos de nuevo juntos –me abraza.

–De eso no tengo duda.

Luego de comer pizzas. Dimos un par de vueltas al parque. Por suerte están los juegos mecánicos. Son pocos, pero nos divertimos bastante.

A Moisés lo ha estado llamando constantemente su mamá, ha de estar preocupada. Ha sido así casi siempre. A penas son las cinco y diez de la tarde. Contesta él a la llamada y su madre le pide que vuelva a casa porque ha vuelto del extranjero un tío de él. Al que más aprecia. Nos despedimos de él y quedamos solos los dos.

–¿Vamos al malecón? Literal, tengo mucho tiempo de no ir –sugiere.

–Está bien. Me gusta estar ahí. Me hace estar tranquilo.

–Vamos pues.

Me toma de la mano de sorpresa. Esto hizo que me sonrojara, ya mucho me he estado sonrojando. Voltea a verme y me sonríe. Comienza a gustar estar así con ella. ¡Dios! ¡¿qué estoy diciendo?! Carolina ha sido siempre mi mejor amiga. La veo como tal, pero el día de hoy ha hecho que sienta cosas extrañas. Tengo que controlarme.

Me ha hablado de lo que ha hecho en su antiguo instituto. Y de sus novios. Debo admitir que tuve celos mientras hablaba de ellos, pero no digo nada porque, simplemente no tengo que decir nada ante ello. Igual le hablaba de lo que he hecho en todos los años que no estuvo presente.

Hemos llegado y debo admitir que está un hermoso atardecer. Conozco muy bien a Carolina y sé que está maravillada ante el atardecer que estamos contemplando.

Compramos comida, ambos tenemos hambre y nos sentamos en una de las bancas.

Permanecemos en silencio. Ella no ha dejado de ver el hermoso atardecer. Debo admitir que la luz naranja hace que se vea bellísima. Ok, debo admitir que me ha flechado cupido.

Desaparecidos (Libro #1 de la saga "Misterio Familiar") © TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora