2 de Junio de 1990.
El dolor.
Esa aflicción férrea que nos desgarra, que nos patea el corazón con saña y nos aruña el alma con sus garras llenas de desesperanza. Eso que sentimos, en algún lugar de nuestro pecho, que nos destroza. Que nos desarma. Que nos desordena la vida. Que elimina toda esperanza alguna.
Ese sentimiento que nos golpea, rompiéndonos en millones de pedazos, como si una bomba nuclear se encontrara en nuestro pecho, esperando el momento justo para explotar, llevándose todo a su paso. Esperanzas. Sueños. Felicidad. Todo.
Es una herida que nunca sana, que siempre está expuesta a explotar de nuevo. Es algo oscuro que se queda contigo, que nunca se va; que se incrusta en ti, hundiéndote en un hoyo sin salida. Revolcándote en recuerdos, preguntándote como habrían sido las cosas si hubiesen ocurrido de una manera diferente.
Nada lo quita. Y no parece irse a pesar del tiempo. Dicen que éste lo cura todo, pero yo digo que es sólo un consuelo que la humanidad ha inventado. El dolor no se va. Se queda allí, contigo, recordándote lo que hiciste mal; lo que podrías haber hecho diferente. El dolor te envuelve en su juego, se mete en tu cabeza y se ríe de ti por lo miserable que te has vuelto. Por lo dañado que está tu alma, tu corazón. Y el tiempo sólo hace que te acostumbres a aquel perverso juego mas no se va. Sería muy fácil si se fuera.
El dolor hace que te aferres a las personas perdidas en tu memoria y juega con tu nostalgia y corazón roto, llevándote a la desesperación; a las lágrimas. Es una fuerza siniestra que se adueña de ti, que te absorbe y te deja vacío. Sin nada dentro de ti.
Nada.
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Texto ganador del 2do lugar en el concurso de microrelatos, organizado por eternalpoeticsoul.
°Poen: «dolor» en galés.