Me aburro. Estoy muy cansado de no hacer nada. Creo que necesito un poco de movimiento o me moriré del asco.
Estoy en una estantería llena de polvo, en un trastero que parece olvidado. Antes mi dueña jugaba mucho conmigo, no me importaba ser golpeado, era mi trabajo. Hacer que ella disfrutara y se sintiera a gusto y feliz. Pero ya no sale, veo el sol espléndido que entra por una ventana y tengo envidia de no poder disfrutarlo.
Creo que padezco de claustrofobia. Todas las pelotas queremos correr y correr hasta agotar a nuestro dueño o dueña y volver a casas despejado, sereno y tranquilo. Queremos tener ganas de descansar y no hacer nada. Nos gusta ver como somos el centro de todas las miradas, de los juegos y ser la causa de disfrute, pasión y talento de los niños y niñas.
Los vemos crecer desde que deciden escogernos entre todas las cosas de un supermercado. Nacemos de una fábrica para crear ilusión y placer a pequeños y mayores. Pero ahora los de nuestra comunidad se han reducido por la falta de demanda. Hay pocos nacimientos hoy en día y muchas menos compras. Podemos pasar años en el mismo sitio cuando antes nuestro límite era el mes. Ahora muchos y muchas nos ignoran para ir a la sección de videojuegos o series televisivas que en mi opinión dejan bastante que desear.
La mentalidad de los padres y madres parece también haber cambiado, negando a sus hijos la posibilidad de descubrir y encontrar el deleite en objetos que formaron parte de su infancia. Parecen haberse rendido al mundo tecnológico y dejar que sus hijos e hijas casi dependen de él para cubrir las horas libres del día.
Mi primer año en casa de Tamara fue una excepción que me hizo recobrar la esperanza. Lo comentaba mucho con mis compañeras cuando salíamos al parque acompañadas de nuestros dueños y dueñas. Pero todo pasó muy rápido y parece haber pasado una eternidad desde que nos reímos y disfrutamos juntos. Casi no puedo casi ni recomponer las imágenes.
Ya ni siquiera practican con nosotras o los demás juguetes para sus sesiones deportivas. Creo que se han desapuntado. Estamos ahora en un rincón, apartadas, como escoria y suciedad que no quieren ver pero de la que no quieren deshacerse para ver si algún otro niño o niña disfruta con nosotras. Si es que ha llegado nuestra hora en su familia, ¿por qué seguir encerrados si podemos hacer sonreír a alguien? Pero no, estamos aquí agobiados, hacinados y recubiertos de polvo.
Al principio pensaba que era porque les traíamos buenos recuerdos y algún día nos sacarían de paseo. Cada día me levantaba pensando que ese día podía ser hoy, pero ahora casi he perdido toda esperanza. Me levanto todos los días, deshinchada, pensando si todo mi tiempo será así. Cuando me rompa y me vuelva vieja me tendrán que tirar a un cubo y no podré nunca más complacer a nadie. Habré perdido años de mi vida olvidada en un trastero.
Me levanto despacio y caigo al suelo intentando hacer el menor ruido posible. Pero estoy delgada y débil, así que no sé de qué me preocupo. Me acerco a la ventana del salón desde el jardín y compruebo que hace un día maravilloso. Pero entonces suspiro, Tamara está muy entretenida con unos dibujos feísimos que seguramente no tendrán a penas contenido ni trasfondo, su hermano Tom juega con una máquina a matar a personas inocentes para conseguir el poder en su juego.
Me resigno. Hoy tampoco será el día en que me sentiré útil.
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¿Los tiempos cambian?
RandomReivindicaciones sociales muy necesarias en nuestros tiempos. Hay cosas que merece la pena dejarlas como están, porque la modernidad no siempre significa progreso