Capítulo 6

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Capítulo 6

Caminé desde la enfermería hacia el despacho del señor Smith preguntándome en que momento bajé la guarida como para que me haya visto. De entre mil posibilidades, deduje que fue cuando oí la risa de Jack (en ese momento en que Charly justificó mi “desmallo” como problemas de colesterol).

Una vez en la oficina, él se sentó en su asiento (detrás de su escritorio), y yo en frente. Desplegó un cajón del bufete y de  allí sacó una  carpeta con relativas pocas hojas. La abrió y comenzó a ojear su contenido con mucha determinación. Sus cejas se rozaban y  la boca, inconscientemente supongo, la tenía como para dar un beso.

—Señorita Sullivan, es el segundo día de clases y ya perdió una jornada de estudio y tiene una amonestación de categoría media. Creo que usted es todo un orgullo familiar  —comentó con sarcasmo.

—Sí, de hecho mis padres siempre me destacan al hablar sobre sus hijos con las amistades.

La sonrisa de diversión desapareció del rostro del superior para ser remplazada por una mirada intimidadora. Se puso serio. Imité sus rasgos, luego cambié el atisbo intimidador por uno de corderito degollado.

—¿Está usted tomándome el pelo? —Parecía estar conteniéndose de gritarme. No entendía por qué él si podía bromear al respecto y yo no. Me parecía completamente injusto.

Antes de responder, tragué saliva y me puse la “mascara” de una persona fuerte.

—No, de hecho le estoy diciendo la verdad. —Mi voz sonaba sacada de una película ambientada en el 1800: firme, decidida y femenina.

Él se echó a reír. Ese viejo era de lo más raro. Parecía estar descostillándose de la risa. Para no quedarme fuera de entorno, fingí carcajadas incontrolables. Desde el punto de cualquier persona, éramos dos humanos bajo el efecto de alguna droga.

Cuando se pudo moderar, yo dejé de simular el carcajeo.

—Muy bien Joyce —dijo son una sonrisa en la cara—. Pongámonos serios... —Y de la nada, apareció el tipo serio que veía todos los días. Asentí y continuó—. Sinceramente, su actuación me sorprendió, por eso lo dejaré pasar, pero lo que te voy a pedir ahora es algo más personal. ¿Me consideras tu amigo? —Su aspecto se había relajado a medida de que iba hablando. Al final terminó encorvado mirándome simpáticamente sobre sus pobladas cejas.

No supe que responder, por lo que me llevé llevar por mis instintos, mis malditos instintos.

—¿No? —Respondí insegura.

El señor Smith se enderezó y asintió, como si esperara esa respuesta.

—Claro, ¡que tonto soy! Primero tengo que contarte mis cosas personales: Mi nombre es Isaac Smith.—Me sonrió, como si de esa forma pudiéramos comenzar una amistad.

Estaba a punto de decirle que no me interesaba conocerlo,  pero me di cuenta de que tal vez podría sacar provecho de esta situación.

—¡Isaac! Mi tío se llama así. —Le dije confidente. Él asintió espasticamente, en un intento fallido de parecer un adolescente.

Pasamos el resto del día hablando sobre cosas “personales” (no era más que opinar sobre cada profesor que asistía al instituto), y pensé que sería una buena amiga si tuviera mi edad. Era tan o más chusma que yo. Y eso me encantaba.

El tema más profundo del que charlamos fue su reciente divorcio. El pobre hombre había encontrado ayer a la noche a su mujer en la cama con su sobrino segundo, quien tenía tan solo 21 años. Según el viejo, el chico era toda una criatura.

Todos contra todos: La batalla recién comienza - PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora