Capítulo veinticuatro. ¿Podemos bebernos una copa?

432 28 2
                                    


—¿Te dijeron por qué debíamos venir hasta aquí? —Preguntó Anastasia mientras que caminábamos por un callejón oscuro y maloliente.

Acabábamos de aparcar el coche a una manzana de dónde nos encontrábamos. Después de la llamada de Álex, Marcos me mandó un mensaje y nos dio una dirección, la cual estaba bastante alejada de aquel viejo edificio dónde se suponían que tenían a Jenna. No entendía el por qué habían hecho que viniésemos hasta aquí, pensábamos que necesitaban nuestra ayuda para el escape y no sabría si decir que estaba aliviado por no tener que entrar a aquel sitio con muchos tíos con pistolas, o angustiado porque esto daba aún más mala espina.

Sí, les tengo miedo a unos tíos de negro y con pistolas. Puedo ser muy varonil pero tengo cerebro para saber cuándo puedo morir y cuando no.

—Que va. —Dije negando con mi cabeza. —Solo me dieron esta dirección. —Añadí mientras que alternaba mi mirada entre el callejón y el móvil.

—¿Estás seguro de que estamos en la dirección correcta? —Volvió a preguntar entre tiritones.

—Eso dice en el mensaje. —Contesté pasándole mi teléfono. —Lo siento. —Me disculpé de repente.

—¿Por qué? —Cuestionó mientras que fruncía su entrecejo un poco confundida.

—No me he traído chaqueta, sino te la dejaba para que no te helaras de frío. —Sinceramente me daba bastante rabia y a la vez pena por el hecho de que no pudiese cubrirla con algo para que no se helara. Se notaba que se estaba congelando, y no, no es una exageración. Pronto esa expresión se volvería literal.

—Lo más común es que lleves medio armario en un coche alquilado. Sí. No sé cómo no lo llevas, esto es una vergüenza. —Comentó irónica.

—No te burles de mí encima que intento ser amable. —Dije entrecerrando mis ojos y señalándole con el dedo.

—Es que dices muchas tonterías. —Rodó sus ojos. —Por un poco de frío no se muere nadie.

—Sí. Te puedes morir perfectamente de hipotermia. —Contraataqué.

—Puede que si estás en el Polo Norte...

—Deja de quitarme la razón. —Refunfuñé.

—Es que dices cosas sin sentido. —Contestó haciendo un ademán con la mano. —¿Por qué no vemos el maldito coche? En serio James, creo que nos hemos perdido.

—La única posibilidad es que Marcos haya puesto una dirección equivocada. —Dije mirando detalladamente nuestro alrededor.

—¿Y no cabe la remota posibilidad de que quien estás confundido seas tú? Alomejor este no es el sitio.

—Anastasia, tengo buena orientación. —Le lancé una mirada asesina.

—Estás demasiado susceptible y quizás eso te haya desconcentrado. —Contestó mientras se cruzaba de brazos.

—No estoy susceptible. —Imité su gesto.

—Estás enfadado James. —Afirmó.

—No estoy enfadado, estoy molesto porque esta panda de idiotas han interrumpido un momento interesante solo porque no saben hacer nada y, por si eso no me había molestado ya bastante, se equivocan en darnos la dirección. —Suspiré. —Y no, yo no he sido quién se ha equivocado. —Añadí antes de que ella pudiera articular palabra.

—Perdona si hemos interrumpido vuestra sesión de besos fogosos. —La voz de Marcos apareció de la nada.

Dirigimos nuestras miradas a la parte izquierda del callejón. Un coche que estaba totalmente ocultado en la oscuridad de un pequeño hueco que había al lado de una fábrica de cajas, llamó nuestra atención.

Creo que me he enamorado... (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora