Parte Única

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Las manecillas del reloj no dejaban concentrarme. Mientras el profesor explicaba la ecuación, yo intentaba relajarme en el incomodo asiento, moviendo los pies con impaciencia en la espera del timbre que daba por terminada la clase.

Miré la pizarra con la ecuación ya resuelta y luego al profesor preguntando si todos habíamos entendido. Algunos hablaron por el salón entero diciendo un simple sí.

Cuando la clase por fin finalizó guardé el cuaderno en blanco y sin ninguna anotación, esperé a que mis compañeros salieran primero y luego caminé hasta la salida mirando al chico de piel pálida aun sentado en su lugar, garabateando algo en su cuaderno.

Do KyungSoo tenía el mejor promedio. Me daba mucha envidia su capacidad para entender y retener información tan rápido y fácil.

Levantó la mirada de sus apuntes y me miro frunciendo el ceño, entonces me sentí completamente perdido en su mirada. Sus ojos eran terriblemente bellos y me hacían perder toda la cordura; cosa que volvía después de unos minutos, diciendo que debía irme rápido.

Seguí caminando y salí del lugar sin detenerme más, aunque con pasos lentos. Estar en casa no era mucho mejor que perder el tiempo en matemáticas.

Cuando llegué a casa todo estaba en silencio, a las cuatro de la tarde sólo estaba yo, pero las horas pasaban terriblemente rápidas y para cuando me daba cuenta mis padres ya habían llegado de su trabajo y empezado a discutir como la mayoría de los días.

Era jodidamente irritante y estresante.

Me encerré en mi habitación como todos los días. Intentaba no escuchar las crueles palabras que salían de boca de mis padres, quería esconderme para siempre en aquellas cuatro paredes que me mantenían a salvo. Que esa puerta que me separaba de la peor de las desgracias fuera bloqueada para siempre, para así no tener que soportar las discusiones, los muebles rotos y las palabras hirientes a las que ya estaba tan acostumbrado.

No paraba de doler aunque enfrentara esto todos los días, parecía que no me acostumbraba al dolor, así, sintiéndolo cada vez más fuerte e insoportable.

Había noches que deseaba volver al pasado, cuando era niño y mis padres eran atentos y cariñosos. ¿Pero de qué me serviría volver el tiempo si de igual manera todo terminaría así?

Tan triste y tan roto...

Miré un momento la ventana que estaba frente a mi, cerré los ojos, respirando profundamente e intentando mantener la calma. Escuché un grito más y terminé saliendo por la ventana, que afortunadamente estaba en la primera planta.

Corrí lejos de casa por unos minutos para después detenerme y tomar aire. Miré la lejana casa de mis padres que parecía estar en paz.

Parecía.

Caminé con tranquilidad llegando a una calle que nunca había recorrido. Las lamparas no funcionaban y la oscuridad se apoderaba de aquel lugar haciéndolo bello incluso en las condiciones más deplorables.

Esa era la magia de la noche y de la soledad.

Seguí mi camino por la calle con grietas y baches. Observé las casas descoloridas e inhabitables. Pensé que sería mucho mejor vivir en un lugar como ese, solitario y sin las constantes heridas en el corazón.

Mire el cielo oscuro y suspiré con tristeza, tendría que regresar a casa pronto ya que al día siguiente había clases y tenía que descansar.

Bajé la mirada hasta una pequeña casa, las ventanas estaban rotas y el césped sin podar le daba un aspecto aun más sucio al lugar. En el techo de esta había un gato admirando el cielo, meneaba la cola de vez en cuando y no prestaba atención a los sonidos de alrededor.

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