Capítulo 17: Matarreyes

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 La noticia de su embarazo se hizo pública cuando, nada más bajar al patio para presenciar la incineración de algunos cadáveres y la partida de otros a sus respectivos hogares, el olor de la carne putrefacta la hizo sacudirse entre violentas arcadas.

Lord Greenswamp trató de convencerla de que se quedara allí hasta que Robb se hiciera con Aguasdulces, para poder velar por su seguridad, pero ella se negó. De modo que a media mañana marchó junto a Harrion y Eda y un pequeño destacamento, restos del ejército que había participado de la Batalla del Forca Verde, hacia las Tierras de los Ríos.

Al anochecer hicieron un alto para montar campamento, apartados del Camino Real. Lyra cenó junto a sus hombres en torno a la hoguera en la que cocinaron las piezas que se habían cobrado aquella mañana en una pequeña expedición de caza, para después retirarse a su tienda con Harrion y Eda.

Su cansancio iba a más. Había recibido un par de golpes durante el enfrentamiento contra los Lannister que la hacían cojear un poco y, además, sentía náuseas durante todo el día. Odiaba sentirse tan débil.

—Lyra —susurró Eda poco después de que Harrion se marchara a hacer guardia—, ¿te gustaría que fuera una niña?

«Me gustaría que no fuera nada», pensó ella cerrando los ojos. Había evitado pensar en lo que estaba creciendo en su vientre lenta pero incansablemente. Desde niña sabía que llegaría el día de engendrar hijos para algún gran señor, de traerlos al mundo y de amarlos como su madre no la había amado a ella, pero siempre había deseado que ese día no llegase. Sabía de muchas mujeres que no habían sobrevivido al parto y de otras que habían enloquecido.

—Creo que me gustaría un niño —respondió finalmente—. Lo llamaré Tyrion si es un niño. Tyrion Stark.

Acarició la idea con los labios a medida que la verbalizaba. No sabía si Robb estaría de acuerdo, pero no le importó. Tyrion, dejando a un lado a su padre, era la única persona que le había mostrado cariño de niña. Él la había enseñado a leer, pues pidió hacerse cargo de su educación en lugar de dejarla en manos de algún maestre, y a pensar por sí misma. Le enseñó que debía hacer de sus debilidades su fuerza y no dejar que el mundo intentase derrumbarla. Le regaló su primera espada cuando quiso aprender a pelear y siempre estaba allí para verla entrenar. Y se prometió a sí misma que, si daba a luz a un pequeño príncipe de Invernalia, este se llamaría como el hombre que la había convertido en quien era.

* * *

Alcanzaron el campamento de Robb a medianoche del día siguiente. El lugar estaba tranquilo pero alegre, con miles de personas yendo de un lado a otro con jarras de vino en las manos. Los caballos pastaban en paz y hasta los pajes y escuderos parecían contentos con su trabajo. Aquello era lo que la victoria hacía a las tropas.

Nada más verlos llegar, los centinelas del campamento hicieron sonar una vez el cuerno y una pequeña comitiva encabezada por Theon Greyjoy acudió a recibirlos.

—Mi Señora, Robb os espera —la saludó el muchacho, con su eterna sonrisa burlona.

Un chiquillo se llevó a Tylla y otro tomó sus armas, dejándola con un sentimiento de desnudez y desprotección que no le gustó. Se despidió de Eda y Harrion y acompañó a Theon a través del campamento, que la saludó con vítores y aplausos al igual que al resto de la pequeña hueste que había luchado en el Forca Verde. Lyra esbozó una pequeña sonrisa y saludó decidida con la mano a sus hombres, a su gente, durante todo el camino hacia la tienda de Robb en el centro del campamento. Theon la escoltó hasta la entrada misma de la tienda, la enorme carpa que llevaban usando desde que partieran de Invernalia, y ella se adentró sin despedirse del muchacho.

The Lionhearted Deer | Juego de TronosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora