La luz entró a borbotones a través de unas persianas que nunca dejaron que durmiera más alla del amanecer, la claridad del sol atravesaba con soberbia los parpados que rehusaban abrirse para percatarse de una realidad que trataba me fuera extraña, esquiva, impropia.
Un suspiro se dejó colar por entre las sábanas a través de mi cerebro aturdido que ya tenia la consistencia del cartón mojado, con lentitud quise despegar los parpados que se resistian a culminar la noche, alguna sustancia o fuerza extraña los hacia permanecer cerrados, clausurando mis sentidos.
Por segundos recordé flashes, rostros nocturnos, fantasmas siniestros que se movían en busca de placeres instantáneos, contemplaba casi en tercera persona los ojos extraviados de la rubia que observaba con una locura atónita la diosa oriental, que como regente, observaba desde lo alto a toda la fauna que esa noche poblaba los espacios de Suka. El olor de la hierbabuena de miles de mojitos que el gordo machacaba habilidosamente y otorgaba con el rostro complaciente de un rey magnánimo a sus súbditos que atestaban su barra, me embargaba.
El Dalai Lama había hecho su trabajo. Nublaba mi realidad haciéndola levitar por encima de todos los rostros que vibraban al son de los beats de Chemical Brothers repitiendo hasta el infinito:
"Hey Girls, Hey Boys, Superstar Djs, Here we go"Los brazos alzados de la multitud se dejaban mecer al ritmo de esa montaña rusa -descendiamos - con los ojos muy abiertos, las bocas aspirando bocanadas de noche. Yo devoraba música, rostros, cuerpos, contemplaba impavido como la Dj de ropas colegialas y un rostro que me recordaba a Betty Boop se derretia a merced de las luces y del ritmo digital incorporeo, todo el universo se condensó en un único punto, un bing bang íntimo estaba a punto de acontecer, una singularidad personal, la sentía inminente, la contuve, para después, dejarme llevar.
Todo fue luz, movimiento, la sonrisa del gordo estaba en todos lados, los mojitos flotaban en el aire, pude beberlos todos, bailar con cada uno de los presentes, con ellas, con ellos, la humanidad entera la hice mia. En un ultimo segundo, como presagiando lo que vendría, todo se aquietó, el rostro de porcelana de la rubia extraviada lo inundaba todo, me fijé que sus dedos temblaban, estaba, al igual que yo, en su propia singularidad.
Abrí los ojos con furia, desesperación, observé aliviado siluetas, objetos y olores familiares, me tranquilicé al percatarme que mi cabeza reposaba en mi almohada de siempre, esa que realmente me conoce. Busqué con curiosidad el origen del suspiro, el rostro de Helena estaba tranquilo, presentí un sueño sereno, su belleza étnica llenó todo mi cerebro, absorbió la nocturnidad que aún rondaba por entre los pliegues del cartón que lo componía, su tranquilidad fue la mía... Sonreí.
No estaba extraviado, caí en cuenta que ella era mi refugio necesario, aquel que contenía mis mas bajos instintos, cerré los ojos queriendo congelar el tiempo, mi cabeza aun retumbaba, el día no iba a ser fácil.
Maldije la persiana, mil veces, cientos de miles...