Capítulo 9

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Ese día, el sol estaba radiante y pocas nubes se veían en el cielo indicando que, en efecto, sería un día precioso. Una niña de ojos y cabello negro descendía de un avión tomada de la mano de sus padres, pero, cuando la luz del sol impactó de lleno en su rostro, soltó la mano de su padre para cubrirse la vista.

—Okâsan, ¿en dónde estamos? —preguntó la niñita, entrecerrando los ojos debido a la iluminación.

—En los Estados Unidos, querida —le respondió la mujer, que era prácticamente una versión adulta de la infante, ya que sus rasgos eran finamente iguales. En lo único en que se diferenciaban era en el color del cabello y de los ojos, ya que su madre los tenía de un color anaranjado.

—A-ah. ¿Y a qué hora volvemos a casa, otôsan? —interrogó ahora a su progenitor, un hombre (que para ella, en ese entonces, debido a su altura era un gigante) de cabello y ojos negros que, al escuchar su pregunta, no supo exactamente qué responderle. Se tomó unos cuantos segundos para poder formular una respuesta mientras sintió a su corazón encogerse, pues sabía que lo que le contestaría a su querida y única hija la iba a hacer llorar.

—B-bueno —titubeó—, nena, ahora este lugar será nuestra nueva casa —anunció el hombre, viendo como los ojos de la pequeña se cristalizaban y su cuerpo comenzaba a temblar. Eso le rompió el corazón.

—¿Q-qué? —cuestionó la pequeña Ayame, de casi 11 años de edad, con voz ahora temblante.

—Lo que escuchaste, —terció su madre, Akemi, arrodillándose para ponerse a su altura y poder verla a los ojos—. Ahora viviremos aquí, en América —afirmó, mientras le dedicaba una sonrisa, misma que se desvaneció en el momento en que vio cómo su adorada chiquilla rompía en llanto justo en frente de ella.

—Pero... Ustedes d-dijeron que vendríamos aquí d-de paseo —articuló Ayame entre sollozos—. Okâsan, otôsan, ¿acaso m-me mintieron? —inquirió, mientras secaba sus lágrimas con las mangas de su ropa.

Sus padres intercambiaron miradas que desprendían culpabilidad pura. No se sentían nada bien con la idea de haberlo hecho, pero ambos sabían perfectamente que si le hubieran avisado que se iban a mudar, ella se habría negado rotundamente.

Su padre, Takeshi, la tomó en brazos y le susurró un "lo sentimos" cargado de pena, al oído.

La acurrucó contra su pecho en un intento de calmarla, cosa que funcionó a la perfección pues poco a poco sus sollozos se fueron apagando, y unos cuantos minutos después, se había entregado completamente a los brazos de Morfeo.

~~~

Al examinar por fuera a la que sería su nueva residencia, sus labios formaron una "o". Quedó pasmada. Ese lugar era quizás el triple del tamaño de su casa en Japón.

Takeshi, al percatarse de cómo su hija observaba tan absorta la morada, dejó en el suelo una caja que había estado sosteniendo en sus brazos y se colocó a su lado.

—Grande y linda —comentó él—, ¿no?

—Otôsan —lo llamó y él se inclinó lo suficiente como para que sus rostros quedasen a la misma altura—, no creo poder vivir feliz aquí —susurró la niña, sintiendo cómo sus ojos se cristalizaban nuevamente.

—¿De qué hablas, hija? ¡Aquí vivirás como toda una princesa! —exclamó el pelinegro, en un tono alegre.

Tachibana no respondió, y se limitó a pasar su mirada por el rostro con expresión animada que le dedicaba su padre, y por la casa. Repitió el proceso, una y otra vez, hasta que no aguantó más y las lágrimas comenzaron a mojar sus mejillas.

Eres un idiota ~ |Midorima Shintaro| - EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora