Calma. Calma al fin. Serena, segura, aunque algo solitaria. Pacífica, pura, libre, pero un poco vacía. De pronto contradicciones, paradojas, dudas e incertidumbres. Las emociones reprimidas piden salir, entonces furia, intensa, cruel y culposa. Enojo con el mundo, con el ser, con el alma, con los recuerdos y la sucia perversión. La ira se recuesta en el piso y tiembla, se rasguña, grita, gime y llora. Y el llanto limpia los miedos, la lenta e insistente agonía, dejando vislumbrar un pequeño destello. ¿Una sonrisa, tal vez? Poco a poco crece, hasta convertirse en una risa sonora y profunda; de alegría, de amor, de vida. Resuena hasta sonar extraña, ajena, lejana. Revive la paz, la armonía, el persistente y verdadero deseo de felicidad, la certeza de que existe, de que espera, de que llega. Entonces calma...