Marismas

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Pelandusca, así como la oías mencionar de mí si me mostraba serio pronunciando palabras que te caían en gracia, quizá porque nunca las habías escuchado en otro sitio, y más porque a eso habíamos llegado después del sexo: charla barata! Era cuestión de pocos halagos para cuando llegabas a casa, y ya estabas toda desnuda acicalada sobre mi pecho, lamiendome y susurrándome que tú eras mi pelandusca. Y vaya pelandusca! De senos uniformes y provocativos. De caderas curvilíneas y firmes. Una boquita tan tierna y sexy como la que más. Delicadas manos blanquecinas, suaves y delgadas. Toda tú un espécimen de exhibición, y yo, allí con el pantalón a las rodillas, sintiéndome dueño y señor, amo único y mágico de todo: de vos y el momento. Y te besaba para acallar las ideas que libre expresabas de verme los ojos rubicundos, álgidos y misteriosos de tenerte para mí como ningún otro antes pudo. Y, si ibas a casa de tu padre el fin de semana llamabas para reportar tu llegada, y preguntabas tonterías extrañas para alargarte en la conversación. Yo ya suponía de qué calibre eras y te lo noté nada más la primera vez que te besé, y aún sabiendolo di el paso que daría al traste con la tragedia de meses después. Todo en ti fue fiesta y lo manifestabas paseandote alborotada entre vestidos floridos la mar de tiernos y lindos que resaltaban tus tonificadas piernas largas, casi perfectas, por todo lo ancho y largo de la biblioteca. Saludabas con énfasis de sonrisas, a todos y a mí me tenías bien guardado un arsenal de indiferencia, colosal, haciéndote la difícil para bien llamar mi atención. Así iniciamos una danza silvestre, indiferentes cada cual a su modo. Yo ensimismado percibiendo tu encanto, olisqueando tu semblante de diosa marina encallada en la arena, serpenteando miradas contigo con mi ojo bueno de bucanero trajinado en las marismas traicioneras del Atlántico; debí también reconocerte fatal, todo un drama tú personificando a la espera de la oportunidad precisa, y obvio que asustado continúe pretendiendo que te amaba, porque suelo confundir el amor con el miedo.

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