CAPÍTULO CINCO
EL AMOR DE MI VIDA
Hernán Darío:
Soy un mensajero. Vivo orgulloso de serlo. Montado sobre mi bicicleta, entrego domicilios en las casas del barrio. Mi mamá me enseñó a trabajar desde niño porque un hermano mío no lo hizo y terminó mal. Por eso me enseñó valores como el esfuerzo y la honradez. Mi primer trabajo fue pelar arvejas. Por cada cien pepitas me regalaba un peso. Luego me enseñó a vender cositas en el mercado y en la escuela. Unos días hacíamos empanadas, otros días chocolaticos y en diciembre vendíamos velitas para alumbrar el paso de la virgen y lucecitas de chispitas para alumbrar la Navidad. También vendí sobres con totes.
No es fácil ser honrado en un país donde el que no roba es un bobo y el que roba es un vivo. Pero mi mamá me dijo un día que la gente que se va por el camino del dinero fácil no dura mucho. Lo vivió en carne propia. Primero con mi papá y luego con mi hermano. A papá lo dejaron morir en un hospital de México al que llegó después de volar desde Cali con cien dediles de cocaína dentro del estómago. Las azafatas de la aerolínea lo pusieron en su lista de sospechosos, porque el pobre no quiso probar bocado durante el vuelo, y se la pasó sudando y entrando al baño todo el tiempo. Al llegar al aeropuerto lo apresaron por sospecha y lo dejaron esperando tantas horas en una delegación policial del D.F, que los ácidos estomacales empezaron a desleír los deditos de guante quirúrgico donde venía la droga. A mi hermano lo encontraron en el basurero municipal con la boca llena de moscas. Yo no quiero correr la misma suerte de ellos. Yo quiero durar mucho. Quiero ser importante sin hacer cosas malas. Primero, porque mi mamá merece querer a alguien que se muera después de ella y, segundo, porque esta vida me parece hermosa. Más ahora que estoy enamorado.
La niña se llama Catalina. No tengo las palabras precisas para describir su hermosura, pero no exagero si digo que nada es más bonito que ella. Además de linda es pura. Además de pura es única. Nunca habrá dos iguales. Me siento bendecido por Dios porque antes de mí, jamás ella se fijó en nadie. Luego puedo aspirar a ser su primer amor. Ojalá su último amor. La pobre vive encerrada como las princesas de los cuentos, como una presa. Solo nos vemos cuando llevo los domicilios a su casa. Al principio salía con su mamá a recibirlos, pero ahora sale sola. Y estoy aprovechando esa circunstancia para finiquitar esta ilusión. Un beso suyo podría justificar mi existencia misma. Cuando se lo dé, sé que la tierra empezará a girar al revés. Le diré que seamos novios y no me da miedo pedirle que nos casemos cuando quiera. Conozco un cura que casa menores de edad siempre y cuando se amen. Y amor nos sobra. Ella no me lo ha dicho, pero lo leo en sus ojos. El lenguaje de las miradas no falla. Cuando me mira y sonríe, me está diciendo que me quiere a su lado. Cuando me mira y agacha la mirada, me está diciendo que está triste porque sus padres no tienen con qué pedir un domicilio. Si me mira y se queda seria, me está diciendo que está enojada porque voy para la casa de Daniela a entregar un pedido.
No la odia, porque podría jurar que no odia a nadie, pero tampoco la quiere. Y Daniela se lo tiene merecido. Es odiosa, humillante, caprichosa y a mi mamá le dije anoche que también es peligrosa. Algo me dice que la trate con cuidado. Y así lo hago. Siempre que llega a visitar a su abuela hace un pedido. Cuando veo pasar la caravana de escoltas cuento hasta 20 para que suene el teléfono y mis cálculos no fallan.
—Quiero un domicilio —grita desde su celular sin pedir el favor.
—¿Qué necesita señorita Daniela? —le responde don Jaime con amabilidad a lo que ella contesta:
—Usted ya sabe.
Son los ingredientes para la preparación de una bandeja paisa. Esto es, frijol, aguacate, carne molida, chorizo de cerdo, arroz y huevos. Soy todo un profesional y siempre trato de hacer mi trabajo con alegría, pero no niego que entregar este pedido me produce pereza. A veces fastidio. Y aunque le pido a don Jaime que no me mande a llevarlo, el viejo me dice que si no lo llevo yo, la caprichosa hija de doña Yésica no lo recibe.
—Es que se cree la dueña de la ciudad —le digo con rabia.
—Es la dueña de la ciudad —me contesta.
No es cuento de don Jaime. Por aquí lo dicen todos. No solo porque la señora Yésica es la esposa del alcalde, sino porque ella y su hija hacen lo que les da la gana sin que nadie les diga nada. Pasan semáforos en rojo, se suben con sus camionetas por los andenes peatonales y golpean otros carros sin detenerse. Si alguien les reclama algo, se bajan y lo amenazan, con una frase que duele más que la misma abolladura:
—¿Usted no sabe quién soy yo?
Un día la caravana atropelló al perrito de doña Rosa Emilia y ni se detuvieron a socorrer al pobre animal que quedó vivo, en medio de la calle, lanzando alaridos que nos quemaron el alma a todos mientras se arrastraba con desespero en las dos patas delanteras. Y cuando la señora fue a casa de doña Imelda a hacer el reclamo, un escolta le respondió que dejara de joder si no quería correr la misma suerte del perro. Así tratan a todo el mundo y yo no soy la excepción, aunque siento que no nací para ser "todo el mundo".
Daniela ya se está pasando conmigo y por muy hija del alcalde que sea, por muy hija que sea de una señora a la que apodan la Diabla, un día de estos, no muy lejano, la voy a poner en su lugar. Si en la casa no le han enseñado a respetar, yo sí lo haré. Presiento que está ardida porque no le presto atención a sus coqueteos, pero eso no va a cambiar. Primero, porque ella no me gusta. Puede estar muy bonita por las ocho operaciones que lleva encima y vestir con las ropas más costosas y ponerse de a dos relojes a la vez, como la vi un día, pero no me mueve el piso. Y, segundo, porque aunque me gustara, mi corazón ya es de Catalina y eso es definitivo. No quiero ni tengo pensado amar a otra mujer en toda mi vida. Moriré de viejo a su lado. Eso quiero, eso haré. Y para eso me preparo. Quiero ahorrar, quiero estudiar, quiero cuidarme para ella. Por eso salgo todas las mañanas a trotar y hago ejercicio en el parque antes de irme al trabajo, porque quiero llevar una vida sana. Oro todas las noches, porque quiero tener una vida espiritual. En el barrio dicen que es imposible salirse del molde de lo "fácil y rápido" pero yo seré la excepción. Lo estoy demostrando. Lo haré. Haré que un día Catalina se sienta orgullosa de mí. Será el mismo día en que Daniela sienta vergüenza de ser como es.
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Sin Senos Sí Hay Paraíso
RandomCientos de miles de personas pensaron que la muerte de Catalina en Sin tetas no hay paraíso era el final de aquella tragedia del tamaño de un país, pero con esta novela la historia sigue adelante gracias a un nuevo personaje: Catalina la pequeña. Co...