Sinopsis

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La primera vez que lo vió fue en una noche de invierno mientras estaba acostada en su cama individual; sepultada bajo las frazadas que su madre le había colocado para que no pasara frío durante la noche, tenía sus brazos tiesos a sus costados y sus pies enrollados en esta.

Las paredes rosadas se iluminaban ligeramente por la luminiscencia de la luna. Una sombra alta y grande se reflejaba en la pared a través de la ventana, con unas cientos de hojas cinceladas que nacían como serpientes a todas direcciones de un viejo y robusto tronco; estas se balanceaban al vaivén del reloj circular que colgaba de la pared justo por encima de su cómoda y por un lado se localizaba su mesa en tamaño miniatura en la que se sentaba a fingir que tomaba el té junto a su colección de peluches preferidos. Sus ojos seguían abiertos, fijos en un punto perdido de la habitación en donde la pared se ceñía y daba paso a la oscuridad. Su mente volaba a la velocidad de la luz, imaginando miles de formas inhumanas y desalmadas que podrían crecer a tal tamaño que en su ingenua mente de una típica niña de ocho años tenían la habilidad de absorberla junto a ellos a un abismo desconocido.

Cerró los ojos con fuerza cuando en la oscuridad creyó ver unos ojos intensos que le penetraban hasta el más mínimo rincón de su alma, fue tan rápido que no logró recordar a detalle su rostro pero se acordaba que la sombra se extendía tal como la llama de una vela. Habiendo calmado su respiración, aflojo sus ojos más no los abrió. Sus manos estaban empuñadas y percibía unas gotas perlando en su frente.

"No lo hagas, no lo hagas" se repetía consecutivamente. Pero la curiosidad le ganó, primero abrió un ojo y después el otro al ver que en realidad no había sido más que su creativa mente que le había jugado una mala broma.

Suspiró con alivio, tomando lentas bocanadas de aire y liberando la presión ejercida sobre sus nudillos. Deslizó sus manos fuera de la manta y se limpió el sudor de la frente, se sentó con movimientos torpes y lentos sobre su cama, aun temblando por el susto.

-

Las siguientes tres noches fueron normales y sin ninguna alucinación que le hiciera temblar hasta los huesos. Rose había decidido no contarle a sus padres sobre aquello pues al final de cuentas, había sido su temor a la oscuridad que le había llevado a aquellos extremos de temor en los cuales comienzas a alucinar creyendo ver figuras inhumanas en las sombras. Aunque su madre si había notado un pequeño cambio en su hija quien solía adorar pasar tiempo en su habitación paseando a sus juguetes de un lado a otro y sirviéndole el té a su peluche favorito, se salió con la suya al decirle que ahora le gustaba pasar menos tiempo en su habitación porque ahí no podía verla, su madre contenta con su respuesta no decidió indagar más en el tema.

Después de cenar el ambiente siempre se tornaba tenso y tenebroso, no quería subir las escaleras para encontrarse con su puerta. Pero su padre le mandó a lavarse los dientes para así poder ir después a la cama, con frustración ante su temor a la nada, a algo inexistente, se cepilló los dientes tal vez más de lo que un infante le tomaría hacerlo, pero era tiempo de ganancia. Cuando entró en su cuarto no se sintió como los años anteriores en los que aquella habitación se pintaba como un lugar seguro y acogedor en el que podía dejar sus juguetes -ahora intactos- por todos lados. Corrió hasta su cama y se sumergió bajo las sabanas, cerró los ojos y se prometió a sí misma no abrirlos bajo ninguna circunstancia.

-Eres una niña valiente, no le has contado a tus padres, ya veo que es lo que han visto en ti.

Se asustó pero no abrió sus ojos, apretó sus labios y pensó que si ignoraba aquello tal vez dejaría de imaginarlo.

- ¿Qué eres? -preguntó con la voz flaqueando.

-Soy un ángel.

La niña abrió los ojos con curiosidad bajo sus intenciones inconscientes, sus ojos parpadearon seguidamente hasta que se adaptaron a la oscuridad de la habitación, donde aquella cosa que afirmaba ser un ángel se recargaba contra la puerta y la pared, justo en la esquina iluminada por la luna. Se quedó absorta cuando este dio largos pasos hasta estar cerca de ella. El miedo y la adrenalina le disparaban el pulso y la ponían a temblar.

- ¿Un ángel? ¿Un ángel con alas?

Su pregunta quedó en el olvido cuando lo pudo ver completamente. Tenía la tés blanca y lisa como la porcelana, con ligero rubor en las mejillas y los ojos marrones, su cuerpo cubierto por vestimenta negra y complexión musculosa. El muchacho sonrió pero aquella sonrisa no le pudo brindar seguridad, parecía estar burlándose de una broma interna.

-Sí, un ángel.

- ¿Qué hace usted en mi habitación?

-Vine a enmendar lo que los humanos han estado haciendo mal.

-No entiendo señor ángel, ¿te voy a ayudar en alguna misión que Diosito te ha mandado cumplir? -habló insegura, tropezándose con sus propias palabras.

Él carcajeó y las esquinas de sus labios se estrecharon hasta casi tocar sus colorados ojos. Su risa paró de un segundo a otro y cuando menos lo creyó él estaba a centímetros de su rostro, observándola con detenimiento y estudiando sus facciones faciales.

-Los humanos siempre tan ingenuos. Creyendo por siglos y siglos que los ángeles pintamos de buenos, nosotros somos justos y buscamos hacer el bien. Queremos que haya paz, que la hambruna acabe y que las clases sociales queden en el olvido. -respondió aunque sabía que Rose no comprendería- ¿Y los humanos que hacen? Creer que al rezarnos seremos su salvación, pero nosotros no somos sus aliados, somos sus enemigos. Ustedes se matan unos a los otros y no piensan más que en su propio bien. Nosotros no queremos promesas ni rezos, nosotros queremos acciones. Queremos justicia.

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⏰ Última actualización: Oct 25, 2018 ⏰

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