Capítulo 3: Sin vuelta atrás

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Las fogatas del campamento ardían dándole a la noche un aspecto fantasmagórico. Estaban dispuestas las cinco en círculo, en torno a una enorme pira de leña que esperaba su turno para ser prendida, pues sería la hoguera central que rugiría con mayor majestuosidad.

— ¿Qué te parece, bruja?— Preguntó el joven mercenario a la mujer que se retorcía los grilletes de las manos intentando aliviar el dolor que le causaban. — Cada uno de tus compañeros ha abandonado este mundo siendo devorado por las llamas.—Fue señalando las pequeñas hogueras una a una, tomándose su tiempo en contemplarlas.— Por supuesto, a ti te hemos reservado un puesto de honor.

La mujer miró desolada el panorama, ¿valía la pena responder? Todas las veces que habían intentado dialogar, ella o sus compañeros, habían sido víctimas de vejaciones como insultos y golpes. Inspiró hondo. No, por más que le doliera el pecho ante la pérdida de sus seres queridos, no iba a mostrar debilidad.

Se limitó a mirar al suelo, donde sus pies descalzos cubiertos de polvo y heridas temblaban.

—Córtale la mano, igual que a los otros. — Comentó con total naturalidad otro mercenario más viejo, mientras caminaba tranquilamente a recoger un leño sobresaliente de una de las hogueras más pequeñas. — Y échala al montón, si no, no podemos demostrar que está muerta para cobrar la recompensa.

Inconscientemente volvió a revolver los grilletes haciéndose nuevos arañazos. Algunos cortes que se había hecho a causa de los grilletes eran tan profundos que tenía las muñecas y las manos cubiertas por una sustancia negruzca mezcla de sangre y suciedad, casi ocultando así el tatuaje en forma de media luna que tenía en la palma de la mano derecha.

El más joven la agarró con brusquedad y la condujo hacia una mesa de madera mientras el resto de hombres reían. La empujó sobre la fría madera y le sujetó los brazos por el codo para obligarla a tenerlos extendidos.

—Es una lástima cortarte una de esas delicadas manos. — Su voz era tan teatral que casi parecía que lo decía en serio. — ¡Vamos, joder! ¡Trae el hacha!

Cerró los ojos fuertemente sabiendo lo que venía a continuación. Había oído los gritos de sus amigos horas antes, cuando habían sufrido el mismo destino. Sería un golpe seco sobre su mano derecha y después vendría más dolor, ¿más dolor que el que ya albergaba en su interior?

El hacha se alzó sobre ella y entonces lo escuchó, a lo lejos. Los demás no podían oírlo pero ella siempre había podido. Venía demasiado tarde para los demás, pero aún podía salvarla a ella. Un segundo después ya estaba allí.

Abrió los ojos y sonrió, ahora eran ellos los que gritaban.



Atravesar el portal fue como cruzar una gran corriente de aire, esa era la sensación que daba durante el extraño viaje. Había dicho "sí, lo prometo" ante la propuesta del espíritu y automáticamente del portal habían surgido varios lazos cristalinos que me ataron y arrastraron para ser engullido. Cuando miré a mi alrededor, me vi flotando a lo largo de un extraño túnel donde rápidas imágenes aparecían en torno a mí y se superponían unas a otras: una anciana llorando, el amanecer en un puerto, una casa en llamas, dos niños jugando...

Sentía que caía, y cada vez iba más deprisa, y las imágenes cambiaban a su vez con mayor rapidez: un cazador disparando una flecha, una embarazada cantando una nana a su hijo no nato, un gato sobre un tejado...

Entonces caí repentinamente sobre la tierra cubierta de hojas con un sonido sordo. Me encontraba en un lugar completamente desconocido, en medio del bosque. Miré hacia arriba y vi el portal sobre mi cabeza aunque con un color violáceo que me extrañó un poco, ¿por qué no era exactamente como el que había cruzado? Suponiendo que los otros tres me seguirían en unos momentos, me hice a un lado apresuradamente para evitar que aterrizaran sobre mí.

HomunculusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora