A pesar de que mentalmente pataleaba y se quejaba, Allyson se mostró calmada y fría: sería una labor dura, dolorosa, como un parto (con suerte, menos sangriento), pero al igual que un parto, valor, madurez y un poco de sedante (algo que un trago o dos de cerveza no se pudiera obtener), estaba lista para enfrentar a sus demonios.
—¡Linda! ¡Qué gusto verte! —dijo Colleen con un chillido inicial digno de un cetáceo, al ver en la puerta de su hogar a su hija, esa tarde—. ¿Cómo estás?
—Hola mamá; genial de verte otra vez, y...de estar en casa de nuevo.
Allyson se detuvo un momento, y observo a su alrededor: ese lugar que, no hace más de algunos meses, era su hogar. Claro, ella regresaría para navidad, quizá para año nuevo, y después de graduarse de la escuela porque es incapaz de encontrar tanto un buen empleo por el mercado laboral moderno tan pobre así como un hogar asequible con los precios de los bienes raíces, pero por lo pronto, parecía existir una contradicción: era un lugar familiar, y al mismo tiempo, uno extranjero.
—Estoy muy orgullosa de ti querida—Colleen le llamó la atención—. Te fue bastante bien en el primer semestre; yo misma batallé un poco, ¡pero sabía que tú eras muy buena estudiante!
Halagos. Y sonrisas. Bien, oficialmente Allyson se percató en aquel momento que de verdad había algo diferente en su madre. Felicidad.
Le era difícil pensar que nunca la vio así conforme iba creciendo, más por el hecho y el pensamiento de todas esas ocasiones en las que quizá fue demasiado dura y terca de tratar, pero era innegable; hasta el caminar de Colleen parecía evocar ligereza, libertad. Por más que en ocasiones sospechara (y quisiera creer) lo contrario, la evidencia siempre decía otra cosa.
Madre e hija se dirigieron a una galería comercial en el distrito del North York; el centro comercial de Yorkdale, el más grande de la ciudad, y el más impresionante y opulento también: Tiffany's, Hugo Boss, Mulberry, Louis Vuitton, entre otras, ofrecían un lujo ostentoso que poco tenía que ver con las tiendas de clasemediera calidad a la que Allyson y Colleen se habían habituado.
Pero para fortuna de la futura esposa, el hombre con el que estaba a punto de unirse no era un mal partido: dueño de su propio negocio (un taller mecánico exitoso que estaba a punto de abrir su tercera sucursal), se encontraba en una posición de, si bien no de la de un multimillonario, sí para que las cuestiones económicas nunca parecieran representar mayor problema que ceder la tarjeta correcta en el momento indicado.
Colleen no lo notaba demasiado, pero Allyson se sentía fuera de ambiente; a dónde quiera que volteaba, veía la aristocracia de la ciudad, en ropas costosas, teléfonos de última generación y expresiones en sus rostros que parecían esconder un desprecio y/o indiferencia innatas a cualquier persona o evento que no los involucrara a ellos. La joven pelirroja sabía que no podía ser el caso, que era una exageración, una caricaturización enlazada a sus propios problemas de auto-estima, pero esto no era un dictamen de su mente, sino de su corazón.
—¿Qué te parece este? —Colleen preguntó mientras sostenía sobre su cuerpo uno de los vestidos que tenía en consideración.
—¿Es creíble que una cuarentona con dos hijas mayores de edad se vista de blanco? ¿Eso no es para, ya sabes, las vírgenes?
—¿Cómo tú cuándo tengas mi edad?
Dura respuesta, pero Allye sabia que no fue de a gratis; ella misma se arrepintió de su sarcasmo, y tontamente pensó que sólo porque su madre se encontraba caminando en un valle imaginario de felicidad depondría las armas de defensa en caso de ser agredida. Siempre fue una mujer dura, y una boda no iba a cambiar eso.
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Casarse en Diciembre
Chick-LitAllyson Martin es una estudiante de primer año de universidad que sobrevivió al reto más grande de su vida hasta ese momento: el primer semestre. Pero las vacaciones de invierno la llevaran a uno aún mayor: ayudar con la boda de su madre con un viej...