Diente de león

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Dos niñas caminaban tomadas de la mano por la ladera de un sendero de tierra blanca, a pocos metros de distancia de su madre que iba adelante preocupada por llegar a tiempo para hacer la cena. La mayor tenía siete, su cabello oscuro le hacía ver muy distinta a su hermana, dos años menor, con el cabello dorado y completamente liso; mas no envidiaba nada una de la otra.

La menor le soltó para adentrarse en la hierba y tomar una flor que se deshizo mientras la recogía sin cuidado, una y otra vez, hasta que pudo sostenerla con delicadeza y casi conteniendo el aliento para mostrársela a su hermana.

— Es un diente de león —habló la mayor al ver la flor en sus manos— tienes que cerrar los ojos, pedir un deseo, y soplar tanto como puedas.

— ¿Cómo se cumplen los deseos?

— Cada diente de león tiene en su interior un pequeño lugar en donde cabe un deseo —explicó— y al soplar unas hadas muy pequeñas vuelan alto y buscan en todo el mundo lo que tú pediste.

— ¿Cualquier cosa?

— No lo sé, pero no pierdes nada con intentarlo.

— ¿Es verdad? Me dan ganas de pedir un deseo... pero me decepcionaré tanto si no se cumple que me darán ganas de dejar de creer en todo.

— Yo no miento. En todo caso, tal vez me mintieron a mí al decirme que se cumple.

La niña miró el diente de león con incredulidad e inocencia. No dudaba de su hermana, pero su deseo no se había cumplido al soplar las velas del pastel de cumpleaños, aun cuando lo hizo con fuerza. Cerró los ojos y sus pequeñas manos hicieron estremecer al diente de león. Sopló suave pero sin detenerse hasta que la flor se deshizo en cientos de fragmentos blancos.

— ¡Los veo! —Gritó emocionada— Las pequeñas hadas se van volando ¡Volando! ¡Mira, mira! ¿A dónde van? Deseé que pudiéramos volver a casa juntas otra vez.

El cabello oscuro se agitó con el viento helado, la tarde comenzaba a caer y ninguno de los pequeños fragmentos del diente de león le había encontrado. Sonrió con pesar y apremió a su hermana para que siguiera andando, pues no faltaba mucho para que los rayos del sol dejaran de alcanzar aquella parte del camino.

— Si la mentira te hace sentir mejor, disfrútala. Si te hace creer y tener esperanza, tienes que creer con todas tus fuerzas en esa mentira.

Los ojos café de inocencia le miraron otra vez sin entender a qué se refería. Se despidió de su hermana y corrió con pasos torpes hasta alcanzar a su madre que le esperaba para tomarla de la mano. No miró atrás, ya sabía que al terminar de cruzar el campo blanco por los dientes de león, la figura pequeña de cabello oscuro desaparecía.

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