Ángel cromático

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Disclaimer: Naruto y sus personajes no me pertenecen, pero la historia es completamente mía. No permito que se publique en cualquier otro foro, sin excepciones.

Aviso: Este fanfic participa en el Reto Musical de la página SasuSaku **Eternal Love**.

Día: 12 de agosto

Canción: "Beautiful girl", de Broken Iris.

Advertencia: AU

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Ángel cromático

...

"Termino este día de la manera mas amarga.

Un lamentable estado, pero..."

...

El mundo tuvo que caer antes de que los humanos supieran de su error. La civilización terminó y el amor se desvaneció junto con el agua. La muerte era latente en cada esquina. La extinción alcanzó a niños, ancianos, mujeres y hombres sin distinción alguna. Sobrevivir era parte de la vida cotidiana. Las armas de fuego dejaron de ser peligrosas; el mundo estaba devolviendo cada disparo a su naturaleza.

Y la guerra la llevaba ganada.

Un sobreviviente que apenas podía caminar para recoger un tomate en el mercado muerto, sólo esperaba el día en que su corazón se detuviera. No había esperanza en sus ojos ni una sonrisa en sus labios. Las sonrisas se habían extinto hacía diez años, cuando la masacre empezó.

Los sueños y anhelos de ese muchacho de diecinueve años se basaban en comer una vez más. Porque aunque sus ojos no lo dijeran, quería vivir un día más. Él ya no recordaba a su familia, ya no recordaba cuándo había muerto su madre o su hermano. Había olvidado a sus camaradas y las últimas palabras de su mejor amigo. Había olvidado la orden de no rendirse. Pues cuando eres el único habitante en tres kilómetros al cuadrado, te es difícil reaccionar a la esperanza.

Sus ojos, similares a los de un gato, no veían más color en los objetos; su dañado cerebro no alcanzaba a distinguir el blanco del negro y sus pupilas no tenían la orden de reflejar el rojo de la verdura. Un monocromático muchacho apenas caminaba entre la basura y los desechos que sólo las ratas y cucarachas eran capaces de comer con gusto. La plaga humana estaba siendo exterminada.

Sus pies chocaron con una caja de cartón, pero lo ignoró. Su rostro gacho ya no se alzaba; ya no había belleza que mirar.

Llegó al lugar que buscaba. Cogió un tomate de los ya ennegrecidos y se lo llevó a la boca. Ya no se preocupaba por su aparato digestivo pues éste había tolerado ya millones de cosas. Sorprendentemente, sus anticuerpos habían evolucionado como los de las cucarachas y habían aprendido a sobrellevar cada porquería que el muchacho introducía en su boca. Las enfermedades estomacales ya no formaban parte de él.

Regresó a su pequeña casa cuando decidió que había comido lo suficiente para ese día. Su cuerpo se movía de forma automática, sólo con la indicación de soportar, de llevar a su dueño a un día más.

Las nubes en el cielo impedían saber si era de día o de noche. A los sobrevivientes no les importaba eso: ellos dormían gran parte del día. Algunos lo hacían con el anhelo de volver a despertar; otros, con el anhelo de no hacerlo nunca más.

El muchacho que descansaba su cabeza en una almohada familiar, ni siquiera era consciente de lo que deseaba antes de dormir; había muchas cosas que él ignoraba. Su inocencia era lo más puro en él; eso era lo que lo había salvado. Era esa pureza la que, sin saberlo, lo llevaría a vivir lo más maravilloso en su vida.

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