Capítulo II

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Lo primero que vi fue a mi madre sentada en el sofá con los ojos llenos de lágrimas, el pelo revuelto, una mirada vacía, también perdida y una foto de mi abuela en la mano. Todo estaba tirado por el suelo, y cuando mi madre se percató de que estaba allí, solo pudo venir a estrecharme entre sus brazos. Las lágrimas le recorrían las mejillas a una velocidad casi olímpica, no sabía que hacer, así que una vez que conseguí sentarla en el sofá fue medianamente capaz de contarme a duras penas lo que había pasado:
-Cariño, la abuela ha muerto- y se volvió a inundar en un mar de lágrimas.
No era consciente de lo que estaba pasando, sabía que mi abuela había tenido cáncer de hígado pero lo había superado con éxito, esta noticia me cayó como una jarra de agua helada:
-¿Dónde está?-pregunté con un incómodo y asfixiante nudo en la garganta.
-Está en casa, la llevarán al tanatorio pero antes tu tío y yo la vamos a asear para que se la lleven. Yo... Yo no me lo puedo creer...- no entendía cómo mi felicidad había sido tan breve, supongo que ahora solo tenía la opción de saber por qué había fallecido, porque ese cáncer lo pasó hace unos quince años y no dejó secuelas.

Iba caminando cabizbaja, solía vestir con prendas negras, pero en ese instante, esas mayas y esa sudadera me ayudaron a entender por qué nos representa tan bien el negro en estas ocasiones. Me coloqué las gafas ya que se me estaban cayendo y cuando alcé la vista vi a un chico, tal vez algo mayor que yo y su aspecto era algo a lo que yo llamaba "zanahorio" pelirrojo, ojos azules y muchas pecas. Esos ojos color cielo estaban disimulados por unas gafas muy grandes, sus prendas eran holgadas y su rostro risueño:
-Hola, ¿estabas llorando?- pude ver su rostro de preocupación y a la vez tenía algo de dulzura.
-Ehhh... No, solo estaba rascándome, me habrá entrado tierra o algo.
-Deja que eche un vistazo, no soy un perbertido que conste.-se comenzó a acercar y no estaba del mejor humor como para estas escenas de película.
-Soy médico, futuro médico. Aunque aún es pronto para decirlo.
-Bueno... Me tengo que ir, tengo prisa, gracias por examinar mi ojo.- comencé a alejarme y esa voz volvió a pararme en seco
-Que se te dé bien el funeral... ¡Nos vemos!
Sabía que iba a un funeral... Bueno, teniendo en cuenta cómo iba vestida no fue nada anormal. Aunque sí que recordé durante muchos días su mirada.

Todos estaban en silencio, o este solo era interrumpido por algún llanto más fuerte y lleno de dolor que superaba a los demás. No quise ver a mi abuela, creo que de esa forma evitaría mucho dolor y ganaría la posibilidad de tener su recuerdo vivo. Mientras algunos familiares me saludaban y a otros los saludaba por primera vez en una de las esquinas de la habitación un hombre agitaba disimuladamente la mano con la intención de que me acercara. Miré a ambos lados y con el mayor disimulo que pude me acerqué hacia ese señor vestido con un traje negro, nariz aguileña y pelo canoso pero bien engominado:
-¿Quién es usted? No le conozco.
-Eso realmente no importa, me llamo Fran y soy el encargado de entregarte esto.-puso en mis manos una carta escrita a mano y cerrada con un sello de lacre. Reconocí esa bonita y descuidada letra curva en cuanto la vi, era de mi abuela.
-Inés me pidió que te la diese el día de su funeral, espero que hagas todo lo que esté en tu mano para solucionar todo, orkinur, es decir...¡adiós!- y aquel corpulento señor se fue rápidamente de la sala pasando totalmente desapercibido. Tenía la carta en mis manos e iba a leerla pero pensé que ese no era el mejor lugar. Vaya, había conocido a dos personas en un día, y ambas muy raras por cierto.

Viaje A DondorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora