Íntimo

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Su piel te es cálida a la vista y te preguntas cuan suave será a estas horas de la mañana, cuando la vida y el ajetreo han pasado por sobre él, pero aun la mañana lo mantiene intacto, tal cual como debió haber abandonado la cama. También te preguntas cuantas veces el sol besó sus pecas en el trayecto y cuantas moléculas de aire han pasado por sus pulmones, sintiendo unos celos insanos por no ser átomo y más bien persona, alejada y pasiva desde un punto recóndito de la sala, únicamente bebiendo de su imagen.

Esperas, esperas paciente y pensativo a que los minutos pasen, lentos y precavidos bajo tus dedos y el mundo gira entorno a él, con el atractivo masculino de su quijada y la nariz de botón que te enamoró la primera vez que lo viste.

Escribes con violencia y el sonido del papel corta el silencio sepulcral de la biblioteca. Nadie levanta la mirada a observarte a pesar de que eres un extranjero entre los hijos de la patria, nadie se inmuta por tu presencia y te alegras, porque por primera vez ser un fantasma entre los mortales te otorga cierta superioridad a su ignorancia. Esta vez no quieres ser visto, a pesar de que pareciera ser que mueres por llamar la atención del hombre detrás del mostrador. De gritarle a sus pecas y la nariz de botón que te miren, tal cual como le miras tú; con devoción infinita, pasión encendida desde las entrañas que podrían quemar todo el lugar si realmente te lo propusieras. Pero no hay nada de ello, solo el silencio eterno interrumpido por las hojas ajadas de los libros y las respiraciones de los soldaditos, siempre correctos, siempre hijos de la madre patria.

Lo amas tanto que duele, de una forma calurosa y holográfica, casi como una alucinación colgando por las paredes. Lo amas infinitamente como no has amado a nadie antes y quieres creer que es el amor de tu vida, el eterno elegido para compartir el último suspiro. Tu corazón grita que es suficiente para el resto de los días, la razón te acaricia respondiendo que todo tiene su fin y probablemente él también lo tenga dentro de ti, marchitándose cual flor en invierno.

Cierras los ojos por un momento, solo un segundo en el cual te dedicas a retener la imagen, su imagen de hombre maduro y trabajador, con los cabellos negros alborotados y la piel morena; con la corbata mal anudada y las pecas bailarinas sobre la piel que te calientan el alma. Te dedicas a guardarlo en tu memoria como un tesoro, el más grande hasta el momento sin que nadie pueda arrebatártelo.

Quisieras sostenerlo entre tus brazos. Sencillamente sostenerlo hasta que la vida se te vaya entre los dedos, hasta que no haya aire que respirar ni sangre que bombear, cuando el mundo se caiga a pedazos y no puedas subsistir ni de amor o dolor. Quisieras estar ahí, hasta el fin del mundo, hasta el término de los tiempos con tal de solo verle, de beber de su imagen hasta que todo deje de brillar por luz propia. Necesitas tenerlo tan cerca, tan debajo de la piel que cure el dolor que algún día se instaló en tus huesos para nunca irse.

Quisieras tantas cosas, pero aun así estás ahí, en silencio únicamente mirándolo, bebiéndolo, observándolo.

≈ ≈ ≈

Pasan horas antes de que él se percate de tu presencia, horas maravillosas en las cuales te has dedicado a solo observarle, mirarle con el detenimiento que muchas veces no te otorgas y es necesario, porque el amor no es solo compartir sino también callar, amar en silencio y tranquilidad, en la cotidianidad de la vida y los respiros; es amarlo con la pasión de la luna al sol, y viceversa.

Han pasado las horas necesarias para que el hambre y la vida sigan su curso, para que la infernal realidad de no tenerlo para siempre egoístamente, se acabe y regrese, cual ninfa del bosque a tus brazos.

(Aunque muy apartado de ello esta, con los hombros anchos y la ligera anchura de su cintura.)

─ Renato, ¿Qué haces aquí? ─ Su voz es susurrada, casi como si fuese un pecado hablarte y por un solo momento te duele, te duele que el dinero sea importante en la vida común y silvestre del mundo, te arde que necesiten pagar cuentas y deudas, te molesta que aquello que miras con tanta admiración, pueda ser causa de asco y repudio en un ambiente tan cerrado como en el que están.

─ Nada, solo vine a escribir...y te extrañaba─ Las palabras te salen estranguladas y no evitas mirar hacia todos lados, por si acaso alguno de los soldaditos te está mirando, incriminatorio en busca del pecado que cometes para ellos.

Tu pecado es amar, adorar al hombre frente a ti, con la pasión de mil soles quemándose en el ocaso de la existencia. Tu error fue haberle dado la oportunidad de tomar tu mano y guiarte por un sendero de paz en la vida caótica y destructiva que posees.

Renato­­ ─ Escuchas su voz nuevamente, esta vez hay un tinte de desesperación escondido detrás de su lengua y entre los dientes, como si quisiera gritar por sobre el susurro patético que debe sostener.

─ Ya, ya... me voy─ Asientes, recolectando tus lápices y los dos cuadernos donde anotas las ideas para escribir, los borradores para poder conformar la historia, los pequeños bosquejos que te ayudan a limpiar la idea antes de plasmarla.

Te otorga una pequeña sonrisa, pero eso no es suficiente para sacar la espina de entre tus labios, el dolor sordo de no poder tocarlo y sentirlo, bajo la piel como la droga que se ha convertido.

≈ ≈ ≈

Horas después, cuando el sol se ha ocultado y el frio de la noche se cuela por entre las rendijas, para cuando la vida de la ciudad ha muerto y solo los noctámbulos sobreviven entre las calles; puedes sentirlo nuevamente.

La piel morena y los cabellos negros, el sentimiento tibio de su piel desnuda contra la tuya, el olor a shampoo y la esencia personal de su persona impregnadas en tu nariz fría, mientras intentas deducir la nota exacta de su aroma. El compuesto preciso que lo caracteriza.

Tus dedos fríos que tocan piel y más piel, vellos y cicatrices que los años han ido otorgando, que su propia existencia se ha encargado de brindarle.

─ ¿Cómo te fue hoy, Hugo? ─ Preguntas y le escuchas hablar algo inentendible contra la almohada, con la voz cargada en sueño y cansancio que pareciera solo evaporar cuando se acomoda entre tus brazos, olvidándose del mundo y los problemas de este.

Oh amor...─ Suspiras contra sus cabellos negros que te pican en la nariz, suspiras con la desesperación de un amante abandonado, pero también con la tibieza en el corazón, de que él descansa en tus brazos al final del día y no solo en una cama, como podría haber sido por no ser de la valentía de ambos.

Piensas que podrías ser un joven salvaje y descarriado por el mundo, viviendo de las letras y las humanidades, en mundos de vicios y risas fáciles, en ambientes alocados y apabullantes, con personas exóticas y estrambóticas. Sin embargo la piel de Hugo cerciora que tomaste la opción correcta, su piel morena como la canela y la tibieza de su espalda que se te pega al pecho, calentándote el corazón de manera brillante.

Crees que podrías haber sido un joven alocado y despreocupado por la vida, sin embargo escogiste ser un adulto prematuro y enamorado, un amante fiel y devoto a otro hombre que sin duda alguna lo daría todo por ti, incluso su tiempo y esfuerzo. Tu lado racional te dice que el sacrificio vale la pena, que las ausencias y la distancia no es voluntaria sino que un bache en el camino; tu alma salvaje por otra parte llora descarnada, por una salida, una solución al dolor que te consume en silencio y muchas veces agitadamente.

El balance entre ambos te entrega a Hugo, te dan la vida que llevas y la sensación de bienestar que anida todos los días. Cuando visitas a Hugo en el trabajo por sorpresa, cuando lo miras a contraluz para enamorarte un poco más, cuando pelean y los besos no son suficientes para reconfortar el daño hecho, pero si sus manos y los perdones susurrados en la oscuridad.

La vida te balancea entre Hugo y la necesidad, entre tus palabras de escritor principiante y la cotidianidad de sus vidas, porque su amor no es de película, pero si digno de experimentarlo en la realidad continua de sus existencias.

≈ ≈ ≈

Notas: Sabes que me sentiría privilegiado,si siquiera pudiera respirar el aire que exhalas o el brío de tu alma, Hagastian.

Gracias por leer.

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