La azotea

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El aire del atardecer hacía bailar mi cabello al son del viento mientras mis pies disfrutaban de moverse de un lado hacia el otro como una niña pequeña. Mis dedos estaban duros en su posición a causa del frío invernal, aferrados al borde en el que estaba sentada. Era tan agradable sentir como se me congelaban todos los huesos y mi cuerpo comenzaba a adaptarse al cambio; del calor del calefactor en mi departamento al frío acogedor del techo.

De vez en cuando alguna que otra persona me miraba desde tierra firme como si estuviera loca, como si fuera una suicida a punto de saltar. Estaba consciente que sentarse al borde de un edificio no se veía del todo cuerdo desde abajo, y si papá llegaba a verme, me mataría pero ¿qué más daba? ¿Qué importaba lo que pensaran los demás? Siempre me había dado igual y no había ninguna razón por la que eso cambie ahora.

— ¡Hey! —dijo detrás de mí una voz masculina. Salté en mi lugar del susto y me voltee a mirarlo; un joven castaño de alrededor de dieciocho años se hallaba al otro lado de la terraza con el semblante algo turbado—. ¡Qué haces ahí, no lo hagas! —. Me llevó sólo un momento darme cuenta a qué se refería pero decidí seguirle la corriente sólo para divertirme un rato.

— ¿Qué quieres? —le dije agregándole un tono trágico a la situación.

—Yo… yo sólo subía aquí a pasar el rato, y te vi ahí y… No puedes hacerlo, no creo que haya algo lo suficientemente malo como para… Quiero decir, eres una chica bonita y joven, tienes la fuerza necesaria para superar…

— ¿Y tú que sabes, eh? —esto del dramatismo se me estaba dando bastante bien, podría dedicarme a ser actriz.

—Créeme, lo sé. No tiene sentido, no arreglará nada, no lo hagas…

—Que no haga qué… ¿esto? —dije desafiándolo con la mirada, y en ese momento, me di vuelta y salté. Al pobre chico se le transformó la cara al verme saltar, pero claro que el no sabía que yo solo estaba saltando al techo de la terraza de la señora del último piso.

El corrió hasta el borde esperando verme en el piso con gente amontonándose a mi alrededor, pero sólo me vio a mí a solo unos metros de donde me encontraba sentada antes, ahora riendo a causa de la broma pesada que le había gastado al chico.

En realidad esperaba unas palabras de odio, o tal vez hasta un cachetazo, pero al ver que en realidad yo me encontraba sana y salva, el chico comenzó a reír también. Eso me desconcertó un poco ¿de qué demonios se reía? Le gastaba una broma pesadísima y me reía en su cara, y él se limitaba a unirse a la risa también. No estaba acostumbrada a personas con esa actitud, de hecho era la primera vez que alguien se tomaba bien una de mis bromas, y eso me agradó. No quiere decir que yo sea una maldita loca o una abusiva que anda por ahí gastando bromas a todo el mundo, simplemente soy bastante selectiva con la gente que me rodea, y tengo mis formas particulares de hacerlo.

—Si que me engañaste, ¿eh? —me dijo aún sonriendo mientras yo volvía a subir a la azotea del edificio. Recién en ese momento pude darle un vistazo rápido; sus ojos eran color avellana pero cálidos y brillantes, usaba su pelo castaño despeinado hacia todas partes como si no se hubiera peinado en la mañana y tenía una sonrisa que te hacía devolvérsela casi por inercia.

—Si, lo siento, es que me resultó muy tentador, no podía dejarlo pasar —le dije aún riéndome —. Por cierto, soy Jess. Y tú eres…

—Oh, lo siento, soy Ian —después de un breve silencio, prosiguió— Tengo que admitirlo, Jess, casi me matas de un susto —me dijo el chico riendo también, pero esta vez bajó la mirada, tal vez intentando que en ella no vea más de lo que debía, sin embargo eso estaba demás ya que yo era bastante buena interpretando las emociones de los demás—. Supongo que soy un poco sensible al asunto —. Dijo como ausente, sonriendo con amargura.

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