CAPÍTULO 7: LA HERENCIA DE CATALINA

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 CAPÍTULO SIETE

LA HERENCIA DE CATALINA

Octavio:

Yésica me mandó a llamar. Nunca llama a nadie, a menos que necesite un favor. Me recibió con fuego en su mirada, en la enorme sala de su casona campestre, que es un cubo volado que sobresale del resto de la estructura, enclavada en la roca de una montaña entapetada de cafetales.

En ese castillo de naipes, frágil y vistoso, la encontré mirando a la ciudad a través de un ventanal que nace en un piso de mármol de carrara rosa, italiano y termina en un techo de doble altura. Desde allí se descuelga una lámpara de mil luces diamantinas que bajan en espiral, sostenidas por hilos invisibles. Ahora, Yésica es una dama esbelta, de mirada fría, sonrisa cínica, adusta y mandona. Sobra decir que es millonaria, aunque sea necesario aclarar que sigue siendo la misma bandida calculadora y desalmada que una mañana de muchos años atrás llegó a mi casa, al lado de Catalina, pidiéndome posada por una noche que se prolongó por casi tres meses. La más larga de mi vida.

Mirándola bien, me parece increíble su parecido con Catalina, mi Catalina amada, cuya muerte lloré muchas noches, embriagado con el peor vino.

—A veces creo que eres Catalina y que su muerte es un montaje —le dije entre risas para romper el hielo, pero ella, que ha perdido del todo y para siempre el sentido del humor, apenas atinó a mirar mal para explicarme:

—Cosas de la vida, puras coincidencias porque no he movido un dedo para parecerme a esa estúpida. Yo también tengo lo mío, Octavio. ¿O no?

Mentiras. Semanas atrás me encontré con el médico que la operó de todo, hasta de las pantorrillas, y me contó que la tipa se había aparecido en su consultorio con varias fotos de Catalina y una bolsa de papel con varios fajos de dólares para que la dejara igual. En verdad son idénticas. Solo que hay algo que la Diabla no se puede operar y es la mirada. La de Catalina era noble, angelical, honesta. La de Yésica es oscura, indescifrable, fría, mentirosa.

—Pero no te mandé a llamar para que me hables babosadas. Quiero que me digas cuánto quieres por esto —preguntó entregándome un sobre y sin quitarme la mirada de encima.

—No sé de qué me hablas —le respondí mientras revisaba su contenido.

—No te hagas el marica, Octavio. Te conozco y me conoces. Sé de lo que eres capaz, sabes de lo que soy capaz.

El sobre, que tiene como remitente una dirección y un nombre falsos, contenía el acta de matrimonio de Catalina con Marcial Barrera, el verdadero padre de Daniela. Apenas la terminé de leer, entendí la angustia de la Diabla. Su herencia, al menos la mitad de ella, está amenazada porque, al no anular su matrimonio con Catalina, una buena parte de la fortuna de Marcial pasaría a manos de su familiar más cercano que es su mamá, doña Hilda. Pero juro que no estoy detrás de esta brillante jugada. Ya quisiera. No me quedó más remedio que defenderme.

—Si estás pensando en que yo te envíe esto, estás equivocada, Yésica —le dije con algo de miedo porque si alguien sabe de lo que es capaz esta mujer enfurecida o amenazada, ese soy yo.

—Octavio, eres el único que sabe de mi boda con Marcial.

—No soy el único, —le recordé— los trabajadores y los escoltas de Marcial también supieron de esta boda. Pueden ser ellos los que estén mandando estos anónimos para recordarte que les debes algo.

—No les debo ni mierda. Y si ellos o alguien está tratando de asustarme no estoy dispuesta a aceptarlo. Así que si ese alguien eres tú, solo dime cuánto quieres por ir a esa maldita notaría a destruir el acta original.

Sin Senos Sí Hay ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora