PARTE I

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Sucedió el invierno del año pasado, cuando las vacaciones de fin de año me habían sido otorgadas a petición mía para poder estar en la reunión familiar que siempre celebramos. Ansiaba volver a ver a mis padres y hermanos, a mis abuelos, tíos, primos, sobrinos, a toda la familia.

El evento se llevaría a cabo en la casa de mis padres a las afueras de la ciudad, al norte, donde los altos pinos se extienden a ambos lados de las dos horas de carretera. Es algo lejos, como se pueden dar cuenta, pero vale la pena; el lugar es realmente pintoresco. La casa es estilo californiano, de color blanca y un tejado oscuro. Hay un gran lago en la parte trasera y a lo lejos se pueden ver las enormes montañas que se levantan de entre los pinos. El silencio es muy reconfortante, y más cuando has pasado todo el año en el bullicio de la ciudad. Cuando e llega allí, sientes como si estuvieras en el paraíso.

Por estas épocas es muy común ver tormentas de nieve en Witchesville, lo que hace aún más hermoso el paisaje. Ustedes se preguntarán si hay brujas en ese lugar; pues bien, la leyenda es corta y simple: mi madre me contó que, en épocas de cacería de brujas, muchas personas habían sido acusadas (alugas injustamente) de tan grave delito y decidieron esconderse en los bosques; con el tiempo se formó una colonia que después se convertiría en Witchesville. En realidad ya no hay brujas, pero aún se cuentan historias muy escalofriantes sobre hechizos y rituales en los bosques. Talvez los cuenten para que los niños se vallan a la cama temprano o por simple tradición, pero la verdad, ya nadie cree en esas historias.

El hecho es que, en aquel día, me encontraba viajando sólo hacia el punto de reunión, en mi auto último modelo. Estaba escuchando canciones del tipo Augustana mientras conducía. Caía una pequeña nevada pero a mí no me molestaba en lo absoluto, de hecho, me encanta la nieve cuando cae porque... Bueno, eso no viene al caso ahora.

Me encontraba a la mitad del camino cuando la tormenta tomó fuerza, haciendo que el asfalto estuviera aún más resbaladizo. La visión de la carretera también se hizo dificultosa. Al pasar por una curva muy pronunciada, el automóvil derrapó y perdí el control del mismo, estrellándolo contra uno de los pinos. Por fortuna llevaba puesto el cinturón de seguridad, o de lo contrario hubiese salido desprendido por el parabrisas y quién sabe si sobreviviría.

Quedé inconciente durante un buen tiempo debido al tremendo golpe que me dí con el volante. Al despertar, totalmente desorientado, noté cómo mi nariz se había fracturado, a juzgar por el terrible dolor palpitante y la sangre emanando de mis fosas nasales. Sentía, además, una o dos de mis costillas angustiosamente rotas y el pié izquierdo luxado. El sonido de la alarma zumbaba en mis oídos, entonces moví mi dedo hacia el interruptor rogando tener suerte al intentar apagarla y así fue; eso indicaba que a pesar de la destrucción parcial del auto, la energía eléctrica aún funcionaba. Me libere del cinturón de seguridad porque presionaba mis costillas fracturadas. Sentía mi rostro congelado, cayendo en cuenta de que el sistema de calefacción se había averiado, por lo tanto encendí la luz para calentarme un poco.

Limpié el vidrio empañado de la ventana para echar un vistazo; aún seguía nevando como en el momento del accidente. Tomé una playera del asiento trasero para quitar la sangre de mi rostro. Miré el teléfono celular pero no había cobertura. Debía guardar la calma, esperar a que cesara la tormenta, entonces me recline, cerre los ojos y esperé pacientemente. Tenía la esperanza de que alguien pasaría, vería el auto incrustado en el tronco, se detendría, me llevaría hasta el hospital de Witchesville donde llamaría a mis padres, seguro mamá se asustaría pero ya no importaba, todo iba a terminar en un susto y nadamas; eso era lo que yo pensaba; eso era lo que debía pensar, pues hacerlo de otra forma (de una forma negativa) iría en contra de todo consejo de supervivencia visto en la televisión.

Me encontraba entonces conversando con mi yo interior cuando un ruido proveniente de afuera, captó toda mi atención. Pensé, desde luego, que se trataba de la tan esperada ayuda.

_¡Auxilio!... ¡Auxilio!... ¡Ayudenme, por favor!_ Gritaba y tocaba el clapson, un tanto desesperado ( pues había pasado mucho tiempo y nadie aparecía) pero sin recibir ninguna respuesta; sólo el mismo ruido. Yo no podía ver muy bien lo acontesido en el exterior por el hielo en las ventanas.

_¿Hay alguien ahí?_ pregunté, y nada, nadie contestaba. Una sensación de miedo comenzó a apoderarse de mí. Eso no parecía normal. Pensé que talvez eran animales hambrientos ideando algun plan para comerme. Me esforzaba por ver pero sin éxito.

De pronto escuche un golpe en la ventana del copiloto; casi me dio un infarto. Era la mano de una persona que quitaba el exceso de nieve. Solté una sonrisa de alivio y blasfeme unas cuantas maldiciones para después presionar el botón y bajar el vidrio.

_¿Estás bien?_ me preguntó aquél anciano de tupida barba y voz grave.

_Si... Tengo algunos golpes solamente_ le contesté.

_Te vas a congelar si sigues ahí, muchacho.

_Esperaba que alguien se detuviera. ¿Puedes llevarme hasta Witchesville?_ le pregunté, directo al grano. El anciano rió de forma sarcástica.

_¡Eso está muy lejos, hijo! Además, yo no tengo auto; pero mi casa está muy cerca, puedes quedarte en ella por ésta noche si lo deseas.

Debo decir que el viejo no me inspiraba confianza. Su risa era intrigante, su mirada aún más, pero era éso o morir congelado en el auto; una decisión difícil de tomar.

_Mi esposa está preparando una cena caliente_ me dijo. Yo tenía mucha hambre, y frío. La oferta era muy tentadora; después de todo, era sólo un ansiano con su esposa, ¿qué daño podrían hacerme?

_De acuerdo_ le dije. Subí la ventana, tomé la mochila con algo de ropa que llevaba en la parte de atrás y, discretamente, saqué el revólver escondido en el la guantera, para llevarlo conmigo por si notaba algo malo.

Cuando bajé del auto la nieve había dejado de caer. Vi que aquél hombre llevaba un traje de camuflaje, una escopeta y un costal con algo muy pesado dentro, del cual emanaba sangre fresca. Yo clavé la mirada en ese costal.

_¡Descuida! Es sólo un cervato que cacé en el bosque. No pensarás que es un cadáver, ¿verdad?_ dijo, con la misma sonrisa demencial.

_¡Para nada!... Me llamo Peter, por cierto_ le dije mientras extendía mi mano para saludar.

_¡Bien, Peter! La cena espera_ contestó, estrechandola.

EL BOSQUE SINIESTRO: LA COMUNIDAD DIABÓLICADonde viven las historias. Descúbrelo ahora