¡Lo había logrado! Me gradué con buenas calificaciones. Me llené de tanta emoción por haber cerrado un capítulo más en mi vida que olvidé por completo que no tenía un rumbo. Mis amigos poco a poco iniciaban sus estudios universitarios y yo no tenía dirección. ¿Mi solución? El adiós.
Estaba decidida ya, pero antes de hacerlo quería buscar algunas respuestas en mi ser. Como:
¿Por qué no podía ser como los demás?
¿Por qué, si lo tenía todo, no podía ser feliz?
¿Qué había de malo en mí que no me permitía proseguir?
¿A dónde fueron mis sueños?
A dónde fueron mis sueños...
Esta pregunta rondó una y otra vez en mi cabeza. ¿A dónde fueron?
Yo siempre tuve sueños, aspiraciones, desde muy pequeña. Cabe destacar que nunca fui como el resto de los niños, pero siempre tuve metas.
Cuando somos niños siempre imaginamos nuestro futuro; cómo viviremos, qué profesión ejerceremos, cómo será nuestra familia, cuántas mascotas tendremos, cómo será nuestra casa, cuántos carros tendremos y como serán...
Nos planteamos nuestra vida en un instante y somos capaces de viajar a lugares en donde nunca antes habíamos estado, pero nuestra imaginación los describe con detalles impecables. Esto solía ser maravilloso.
Recuerdo que mi sueño era ser Doctora. Quería ayudar a las personas a no sufrir, quería curarlas y regalarles esperanzas. Quería verles vivos. Sabía que me llenaría de satisfacción verles recuperarse y retomar sus vidas, ahora con más ánimos, porque tienen una nueva oportunidad, pero algunos años pasaron y ya no me veía en la misma profesión.
Ahora quería ser un médico forense. Quería brindar alivio a las personas que perdían a alguien especial, porque de algún modo u otro, el saber por qué circunstancias se fueron es más llevadero que el no saberlo. Y de la misma forma sentía que les hacía valer el derecho de hablar, después de la muerte, a aquellos que partían.
Un par de años después, ambas metas habían terminado en el olvido, no del todo, pero ya no sentía la misma pasión. Entonces descubrí un enorme amor por el arte, la música y el cine. Quizás porque a muy temprana edad mis padres me introdujeron a aquél mundo.
Desde mis tres años asistía a una academia de artes, donde practicaba el Ballet, donde aprendí a tocar el piano y a bailar música tradicional de Panamá, y además, inicié mis estudios en dibujo y pintura artística. Más adelante, en mi pre-adolescencia volví a retomarlo. Esta vez con clases de guitarra y canto. Lo que luego abandoné. Quizás por cómo me sentía, insuficiente para ser buena en ello o por mi costumbre de nunca terminar lo que inicio. Sin embargo, decidí posteriormente indagar en el paraíso de la cinematografía.
Arrancar en esta nueva aventura no solo me enseñó conceptos nuevos, sino que también me llenó de fuerza. Una fuerza que hizo despertar en mí ese sentido de explorar. A mí venían ideas, una pila de historias, momentos y personajes, que ya no caminaban en solitud, sino que iban acompañados de sonidos, música y otros seres. Podía visualizar cada una de las acciones que manifestaban con una precisión inigualable. Podía describir en un guion cada palabra que saldría de sus bocas, pero cuando llegaba el momento de capturarles a través de la filmadora, el entorno retorcía mis ideas creando algo mucho mejor. Y ese sentimiento de adrenalina que corría por mis venas me hacía sentir viva nuevamente. Como cuando peinaba el cabello de mi Nana o cuando me sentaba a escuchar sus historias familiares, llenas de arduo trabajo y esfuerzo por sobrevivir cada día que daban ese toque de perseverancia a mi vida.
Me di cuenta que había encontrado las bases de mi existencia. La creatividad se me daba y reconozco que tenía habilidades que le complementaban muy bien. Después de todo, mi capacidad intelectual no era tan pobre. Probablemente siempre lo presenté. Recuerdo que mi madre comentaba a los demás acerca de mi "inteligencia". Creo que en cierta parte me utilizaba como objeto de egocentrismo, pero en mi personalidad no se asomaba aquél ego.
Y es que antes de entrar a kindergarten ya podía leer y al terminar el jardín de infancia, podía escribir. Fue muy fácil para mí los siguientes años de estudios elementales. Era brillante, siempre me posicionaba entre los primeros lugares.
Además, era buena en los deportes. Todo tipo de deportes, incluso fui capitana del equipo de fútbol de mi escuela. Padezco de asma, bastante crítica si la llego a descuidar, pero eso nunca me detuvo. Me sentía imparable. Era yo contra el mundo y mis sueños me elevaban más allá de esta galaxia.
Pero poco a poco esa luz se fue opacando. Culpaba a la muerte de mi Nana por ello, pero había algo más. Había algo más que no me dejaba ver con claridad, algo que había sembrado en mí un auto-odio que luego el tiempo fue cosechando.
Volviendo al día decisivo, todos estos pensamientos del pasado fueron apareciendo creando un tumulto en mi mente. No podía organizarlos, era demasiado. Entonces me pregunté desesperada "¿Estás lista?"
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Un atuendo blanco y negro
Non-FictionNuestra inocencia siempre será opacada, incluso, borrada, por quienes nos rodean. Una historia basada en hechos reales, una historia que sucede simultáneamente en distintas escenas. Esta es mi historia.