Prólogo

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8 de Octubre de 1944

Corrí. Corrí, sintiendo como mi cuerpo amenazaba con caerse a cada paso que daba. Corrí, sintiendo como mi dolor se extendía cada vez más. Corrí, tratando de dejar aquel terrible entorno que me rodeaba

No era como si las fuerzas se fueran acabar, pero se sentía como si el nivel de soportar todo se estaba desvaneciendo... De hecho me sentía sin fuerzas, cada parte de mi cuerpo temblaba, mi corazón se apretaba con tanto dolor en mi pecho, y sentía como mi estómago lanzaba asquerosas sensaciones. Él se había llevado mis fuerzas.

Vivía en una ciudad constantemente amenazada como el resto de las ciudades alemanas. A pesar de que Celle no era una ciudad muy reconocida, tenía sus características. Por ejemplo, se encontraba a tan sólo veinte kilómetros del campo de concentración de Bergen-Belsen. No sería un detalle menor remarcar que mi padre era su Comandante.

Pero no era la política o la guerra lo que causaba esta agonía dentro de mí, no era los problemas y el dolor que la sociedad conlleva en estos momentos lo que me afectaba, no era nada de eso lo que hacía que cada parte de mi quisiera dejar de existir. Era él, él parecía ser el culpable de toda mi infelicidad.

No me importó cuando llegue a una parte lejana al centro de mi ciudad, tampoco cuando vi como las luces que alumbraban las calles iban desapareciendo. Seguí mi instinto, y seguí corriendo. Mis dedos apretados contra mis zapatos probablemente terminarían con ampollas y hasta lastimados, pero nada de eso me importaba.

El dolor de la paliza no sólo lo sentí en mi mejilla, sino que por el resto de mi cuerpo. Aunque no había sido la primera vez, si esta había sido más fuerte que las anteriores.

De tanto correr di un torpe tropezón, haciendo que caiga estirando mis brazos para disminuir el impacto de la caída. Mis rodillas habían salido perdiendo. Levanté un poco mi pollera para poder verlas, y tal como lo presentí, estas estaban sangrando. Pegué un grito de frustración.

Las lágrimas habían básicamente bañado mi rostro, estaba empapado por todas esas lagrimas que solté, y el hecho de que ahora tenga una herida en mi rodilla no me ayuda en nada.  Mis manos también se habían lastimado un poco. Pero, un tropezón no es caída, ¿no es así? Bueno, el problema es que yo ya había estado cayendo desde hace un largo tiempo.

Me incorpore y eché a correr una vez más, con la vista nublada a causa de las lágrimas y con el corazón roto a causa de... Jackson.

La verdad es que  dolía, dolía el hecho de que aquel chico me golpeara cada simple vez que se le diera la gana, y no era un dolor físico exactamente el que sentía que acababa con mi alma. Era un dolor totalmente emocional, que dolía un millón de veces más que cualquier golpe físico que él ya haya causado.

Cuando lo conocí, si soy sincera no esperaba que fuera así. Claro, mis padres prepararon nuestra unión, pero tenía fe en que podía lograr ser amada.

¿Pero yo que podía hacer? No era como si mis padres me dejaran elegir con quien me tengo que casar. Y para mi padre, ¿quién mejor que alguien que tenga un cargo de suboficial mayor, que seguramente luego se volvería más importante?

Y no sentía afecto, ni siquiera un poco de afecto hacia Jackson, pero no me agradaba su maltrato, me dolía su ignorancia y narcisismo, su egoísmo y machismo, me repugnaba tanto que mi corazón había empezado a arder de dolor.

Tan sólo imaginarme tener que pasar el resto de mi vida con él me provocaba repugnancia y dolor. ¿Por qué nadie se daba cuenta de la terrible persona que era?

Love on a Hill || StydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora