La mañana era fría, pero no tanto como para escuchar solo silencio en los extensos campos que rodeaban la carretera, donde aquellos músicos tocaban, aun puedo recordarlos.
Ellos iban en la parte trasera de una camioneta y tocaban al ritmo del jazz mientras la carretera devoraba sus llantas, por cierto la camioneta no tenia chofer...no se si es que por la vejez que ya lo he olvidado o realmente carecían de un chofer.Pero en mi memoria aquel vehiculo se movia a alta velocidad sin un conductor, era como si el mismo destino estuviera al volante. El automóvil dejaba un haz de música que los jazzistas creaban a su paso.
Otra cosa que jamás entenderé es como entraban 5 músicos en ese espacio tan estrecho, pero lo hacían.
Aquella banda se componía de un baterista, un bajista, un guitarrista, un trompetista y un saxofonista. Todos tocaban en conjunto, era un sonido sublime, un bálsamo a los oídos, eran la viva y libre imagen del jazz.De pronto como se pasa de la tierra al infierno, así de la nada, aparecieron casas, el vehículo siguió quemando llantas y expeliendo aquel sonido por unos kilómetros. Hasta que se detuvo en una casa de la cual salía música de fiesta, el saxofonista bajó su pie y sus zapatos elegantes se introdujeron levemente en el barro, caminó hacia la casa y tocó la puerta. Le abrí, el entró, miró a mi hija y le dijo feliz cumpleaños, ella quedó estupefacta, y yo por su expresión, entendí que no conocía al tipo.
El se le acercó caminando lentamente, se detuvo delante de ella, para mirar en el fondo de esos profundos ojos pardos.
-Feliz Cumpleaños- repitió. teniendo completo cuidado de no separar la mirada.
El alzó la mano empuñada, lentamente la abrió y desde su palma se extendieron unas enormes alas azules. La mariposa voló y se posó en la nariz de aquella niña, y el jazzista se fue para nunca volver.