TRAGEDIAS
ESQUILO
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INDICE
LOS PERSAS
LOS SIETE CONTRA TEBAS
LOS SUPLICANTES
PROMETEO ENCADENADO
AGAMENÓN
LAS COÉFORAS
LAS EUMÉNIDES
LOS PERSAS
PERSONAJES
Coro de ancianos
Acosa (madre del rey)
Mensajero
Sombra de Darío
Jerjes (rey de los persas)
La escena tiene lugar en Susa, capital de los persas, delante del palacio del Gran Rey. El coro está compuesto de ancianos conse-jeros del monarca, llamados los Fieles.
CORIFEO. De los persas que han marchado hacia la tierra de la Hélade, estos son los llamados Fieles, guardianes de este palacio opulento y lleno de oro, que por su magnificencia el propio rey Jerjes, hijo de Darío, escogió para vigilar sobre el país.
Pero cuando pienso en el retorno del rey y del brillante ejército, harto ya de ser profeta de desgracias, se me angustia el corazón en el pecho -toda la fuerza de la estirpe asiática se ha marchado- y reclama a su joven señor, pero ni mensajero ni jinete alguno llega a la ciudad de los persas.
Dejando Susa y Ecbatana y el viejo recinto de Cisia, han marchado, unos a caballo, otros en naves, y a pie los infantes que constituyen la masa guerrera.
Así van al combate Amistres y Artafrenes, Megabates y Astaspes, capitanes de los persas, reyes vasallos del Gran Rey, celadores de un inmenso ejército, y con ellos, los temibles ar-queros y los caballeros formidables de contemplar, terribles en el combate por la valerosa decisión de su espíritu. Y Artambaces, contento encima de su caballo, y Masistres, y el valiente Imeo, arquero victorioso, y Farandaces, y Sóstanes el con-ductor de carros.
El ancho y fecundo Nilo ha enviado también los suyos: Susiscanes, Pegastón, nacido de Egipto, y el soberano de la sa-grada Menfis, Arsames el Grande, y el regente de la antigua Tebas, Arimardo, y los hábiles remeros que surcan los panta-nos, multitud difícil de contar.
A continuación viene la tropa de los lidios de vida fácil, que dominan a todos los pueblos de su continente; Metrogates, y el valiente Arcteo, reyes conductores, y Sardes, la ciudad del oro, los envían al combate en muchos carros de dos y tres lanzas dispuestos en escuadrones, formidable espectáculo terrible.
Los vecinos del sagrado Tmolo se jactan de que harán caer sobre la Hélade el yugo de la esclavitud, Mardon, Taribis, yunques de la lanza, y los lanceros misios. Babilonia, rica en oro, envía en torrente una mezclada multitud, marinos en sus naves, y soldados llenos de fe en el coraje con que tensan el arco. Detrás viene, procedente de toda Asia, la gente de espada corta, obediente a las órdenes terribles del Gran Rey.
Tal es la flor de los guerreros del país de Persia que han marchado, y por ellos toda la tierra de Asia, su nodriza, llora con ardiente nostalgia; y sus padres y esposas, contando los días, tiemblan del tiempo que se demora.
CORO. El ejército del rey, destructor de ciudades, ya, sin duda, a la ribera opuesta del continente vecino, después de haber atrave-sado el estrecho de Hele, hija de Atamantis, en baleas atadas con cuerdas de lino, y lanzado sobre el cuello del mar el yugo de una pasarela tachonada con innumerables clavijas.