A los quince años

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Cinco

JULIANA

Tengo un collar de perlas, un vestido egro de seda y toda una vida por delante. Hoy cumplo quince años y estoy disfrazada de quinceañera, siguiendo las costumbres de una antigua tradición familiar. Mamá dice que esta es una fecha inolvidable y recuerda su vestido largo rosado, la fiesta con orquesta y el vals que bailó con su papá. Mi abuela está ahí para recordar con ella y está también un álbum de fotos ñara demostrar que no fue un sueño, que todo fue cierto, que yo debo creerlo, a pesar del color amarillento que se ha ido apoderando de cada fotografía, hasta desteñir el vestido rosado de mamá y las flores que decoran la escena. Qué tiempos aquellos, dicen los adultos, al pasar las páginas del álbum, y yo pienso si algúm día le estaré diciendo las mismas frases a alguien, cuando estos días se hayan ido y sólo queden las fotos de hoy, con los vestidos y los muebles ya pasados de moda, como única prueba de que digo la verdad.
Habría preferido una fiesta normal como la de los catorce, con miniteca y sólo amigos de mi edad. A cambio de eso, hoy tendré una comida familiar elegante, con platos que mamá y la abuela han ido preparando durante una semana y con un ponqué negro de ponqués horribles que dan en los matrimonios. Creo que estoy madurando porque he decidido no pelear por bobadas y he aprendido a negociar. Acepté la celebración familiar porque sé que, de todas formas, el viernes vendrán mis amigos, así, medio de sorpresa, como diciendo "pasabámos casualmente por aquí y decidimos entrar a saludarte". Todo lo tengo fríamente calculado, hasta la cara de emoción que fingiré cuando los vea llegar... Es mil veces mejor tener doble fiesta: una para la familia y otra para los amigos y estar sin las primas chismosas criticando todo y haciendo cara de desadaptadas, delante de los del grupo. Mezclar a la gente de la familia con los amigos puede ser peor que el coctel más peligroso.
Afortunadamente ya tengo la experiencia de lo que le pasó a la pobre Paula, en sus quince el mes pasado. Todo fue un absoluto desastre. Ella invitó a los veinte amigos más cercanos, con invitaciones mandadas hacer por su mamá, pero ese viernes en el colegio les dijo a muchos más, no muy en serio, como quien no quiere la cosa, diciendo "si quieren, pasen un momentico que hay fiesta en mi casa". De acuerdo: fue un poco irresponsable, pero es que ella no se imaginó que fueran a llegar, despues de las doce, los más locos del colegio, con esas fachas, ya medio borrachos y quién sabe si también con alguna cosa más que ron encima... No podría asegurarlo pero Fernando y Daniel y los otros colados de Décimo parecían drogados; en eso le doy la razón a la mamá de Paula y también a Juan Esteban, que fue el encargado de la casa. Ese día supe lo que es estar entre la espada y la pared: apoyar a Juan Esteban como hermano mayor, por ser mi novio, y entender a Paula por la ira que le dio con su hermano. Y, para completar, sentir una especie de solidaridad con Daniel, de Jeans rotos y mirada perdida, tan diferente a Juan Esteban...
Para Paula fue una pesadilla estar ahí, elegantísima, en el jardín de su cara, con las carpas y las mesas y las sillas alquiladas, sin saber bien a qué bando pertenecía y sin poder actuar con naturalidad. Porque, confesémoslo de una vez por todas, uno actúa diferente con cada grupo y en cada situación una cosa es Paula, la niña bonita de su papá y de sus tías y otra cosa es la Paula moderna que baila sin parar en las minitecas, que fuma, que toma ron con Coca Cola y que baila música suave bie abrazada a su novio, son dos personalidades incompetentes. Y eso que digo se aplica  también a mí o a cualquier persona. No se puede actuar con naturalidad en una miniteca, con la abuela de uno ahí mirando y pensando "qué hace que era un bebé, cómo ha crecido, es que el tiempo vuela". Eso no quiere decir que uno no los quiera; tal vez es lo contrario: que los quiere mucho y que quiere hacer con ellos la cara de siempre, para no decepcionarlos, para que no crean que ya somos otros, distintos a los niños que una vez les pertenecieron exclusivamente a ellos.
Hoy siento que tengo cosas por resolver con Juan Esteban... son algo así como agujeros negros, silencios que se van acumulando y que crean climas extraños. Tal vez me viene la meditación con los 15 y entonses querrá decir que mi mamá tiene razón, que este es un día importante en mi vida, no sólo por la comida sofisticada y el ponqué de florecitas. El caso es que aquí estoy, difrazada de 15 años, y la gente empieza a llegar. Mis hermanos se ven ridículamente elegantes, con pantalones de paño, y Juan Esteban actúa como mi novio de mostrar, con la misma corbata del cumpleaños de Paula, que a leguas se nota prestada por su papá, y yo, con las perlas y el vestido negro, estoy irreconocible. Tuve que quitarme todas las pulseras de cuero, tuve que pintarme las uñas con esmalte nacarado de un color inofensivo y me saqué la colección de aretes de lóbulo de la oreja para estrenar las perlas que me regaló la abuela y que son compañeras del collar. "Estas son auténticas, no las vayas a perder ni se las prestes a nadie, yo todavía uso las que a mí me regalaron cuando cumpli quince", dice la abuela y yo llego a dudar que tuvo quince años alguna vez porque no he visto fotos, no debe haber,o, si acaso, tendrá una tomada de un estudio especial, como el gran acotecimiento.

☆Los Años Terribles☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora