Ara sentía que su vida ya no tenía sentido, que el suicidio era la primera opción en este momento, que después de todo ya nadie la podría ayudar a salir del hoyo en el que estaba metida, tan hundida, tan mal. Ahogándose con sus propios pensamientos, pensando hasta no dar más, volviéndose cada día más loca.
Su madre había muerto de cáncer, su padre era un alcohólico violento y su hermano estaba desaparecido.
Y ahí estaba Arabella, pensando en su vida o pensando como acabar con ella, no iba a la escuela, no salía con amigos, no comía, no dormía. Vivía a base de café y cigarrillos. Pensaba que 17 años era una edad demasiado temprana para morir, tenía toda una vida por delante, pero llevaba un buen tiempo tratando de buscar un camino por el cual salir de donde estaba. Sus amigos no la llamaban o escribían, las personas no se acercaban a ella porque se aburrían de su tristeza y mal genio, nadie la entendía, se hartaron de escucharla y simplemente se fueron. Todos decían que debía superar sus estúpidos problemas adolescentes o incluso que debía dejar de dar pena porque no llamaría la atención siendo así. La sociedad estaba cada día más tóxica y ella simplemente estaba aburrida de eso.
Una noche a las 4 de la mañana salió a un parque lo más alejado de su casa, se sentó en la banca de siempre. No le preocupaba ni asustaba salir a esas horas a la calle, tampoco vivía en un lugar seguro, todo lo contrario, pero no le importaba, nada podría ser tan malo, si la asaltaban no tendrían nada que quitarle, si trataban de matarla, ¿no es eso lo que ella tanto deseaba? y así es como pensaba todas las posibles cosas que le podrían pasar estando sentada ahí y lo poco que le importaría.
Se acercó un tipo alto, delgado, de cabello negro , piel pálida y ojos azules, pero un azul oscuro y misterioso. Sintió nervios, por primera vez en mucho tiempo sintió nervios al ver a alguien acercarse a ella. Venía a paso lento, tomándose su tiempo y con toda la tranquilidad del mundo. Al llegar se sentó al lado de Ara y al verla fumar un cigarrillo le pidió uno, esta sin mirarlo estiro la cajetilla, preguntándose que hacía sentado al lado de ella una noche tan fría como esa.
Tomó sus audífonos y los conecto a su celular colocando una canción aleatoria. Cuando iba a ponerse el segundo casco escucho la risa del chico, lo miró confundida y él le dijo que su nombre era Noah, y ella le contesto con su nombre, sintiéndose extraña.
Sentía como si lo conociera de toda la vida, sentía confianza. Y después de muchos años, sintió tranquilidad, no sabía como ni de donde, solo la sintió. Se sentía bien, un calor recorrió su cuerpo y dejo de abrazar sus piernas para cruzarlas.
Así fue como cada noche se esperaban en esa banca, para sentirse bien, para darse lo que necesitaban el uno al otro. No necesitaban nada más que un cigarrillo, un café y la compañía que se daban.
¿quién pensaría que un desconocido solucionaría su vida con amor y paciencia?