Algo nuevo

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- En realidad sí que deberíamos hablar.

Albert contestó con un gruñido de resignado asentimiento. Llevaban un rato en la paz más absoluta, Pablo recostado sobre el hombro de Albert y éste con una mano perdida en su melena, que no se cansaba de acariciar, pero su mente se había ido recuperando y ya no tenía excusa para retrasar más esa inevitable conversación.

- ¿Y no podríamos debatir un poco más?

Pablo alzó la cabeza para mirarle, con una expresión que dejaba adivinar su sorpresa. Albert sonrió con inocencia.

- No me tientes.

El catalán negó con la cabeza entre risas y le besó cariñosamente la frente. Pablo agradeció que hubiera empezado a oscurecer y cada vez se viera menos en la habitación, porque sospechaba que aquello había encendido sus mejillas más que cualquier otra cosa que hubieran hecho.

- No, venga. Es verdad que tenemos que hablar... Empieza tú.

- ¿Yo por qué? Empieza tú, que has dejado a tu novia por mí.

Albert frunció ligeramente los labios, incómodo con el tema, pero sabía que iba a salir y que no tenía sentido esquivarlo.

- No fue exactamente así. – No te creas tanto.

- Pues cuéntame cómo fue y así empezamos por algo.

Vaya, no iba a ser tan fácil librarse. Lo cierto es que Pablo sí había sido un factor determinante en la toma de decisión, así que iba a ser difícil explicarlo dejándole al margen, pero lo intentó.

- No funcionaba... Hacía tiempo que ya no estaba enamorado de Bea, y era consciente de ello y de que no podría seguir así por siempre. Pero tampoco quería hacerle daño. Supongo que simplemente era una cuestión de tiempo, algún día me iba a cansar de fingir, y ese día fue ayer. Y se acabó.

- ¿Ayer? – Pablo parecía genuinamente sorprendido. Albert se sonrojó.

- Sí, ayer... ¿No te lo había dicho?

- Juraría que no.

- ...¿Te parece muy pronto? ¿Habría cambiado algo si lo hubieras sabido?

Pablo alzó las cejas significativamente. Teniendo en cuenta que se lo habría follado en el baño del Congreso con novia y todo, la pregunta era tan inocente que rozaba el absurdo.

- Más bien me estaba preguntando por qué, si yo no tuve nada que ver en ello, me lo contaste tan deprisa.

- Vaya por dios...

El apuro del catalán fue tan evidente que Pablo no pudo evitar estallar en carcajadas, aunque le rodeó con los brazos en un intento de hacer menos violenta la situación y añadió:

- Yo sólo espero que no tengas de qué arrepentirte.

- No lo tengo – contestó Albert enseguida, con tanta seguridad que se sorprendió a sí mismo, no porque dudara de sus sentimientos, sino más bien de su capacidad para expresarlos. Pero de pronto no parecía tan difícil. – Esa relación se había convertido en una carga. Sabía que tenía que terminar con ella... Pero tienes razón, tú influiste. Tenía miedo a quedarme solo, y no me atreví a hacer nada hasta que vi que podía optar a algo más.

- ¿Y ese algo más soy yo?

Pablo notó que le clavaba ligeramente las uñas en el cuero cabelludo.

- Te gusta que te regalen el oído, ¿eh?

- Sí que me gusta, pero no lo decía por eso – protestó, sacudiendo un poco la cabeza y alzándose para poder mirarle directamente. – Sólo quiero saber si estamos en el mismo punto o no. Porque yo quiero estar contigo.

Albert sintió que la boca se le secaba de repente y que el tiempo se detenía. Que demasiadas cosas en su futuro iban a depender de ese preciso instante, de lo que dijera y lo que se callara, y que nada volvería a ser igual, pero las posibilidades eran demasiado diversas, demasiado inciertas. Podía continuar con la dinámica ya conocida, no muy agradable ni esperanzadora, o avanzar por el camino que se moría por tomar y arriesgarse a un catastrófico final. E incluso podía ser que se alinearan los astros y todo saliera bien. La decisión era suya, y el peso de tal responsabilidad le impedía pensar con claridad.

Quizá por ello, no pensó. Su respuesta salió directamente del cúmulo de sentimientos agolpados en el pecho al que solemos llamar corazón.

- Y yo quiero estar contigo.

Pablo se había mostrado sereno, pero la sonrisa que se dibujó en su rostro y la forma en que expulsó el aire dejaron entrever que había vivido esos segundos de silencio en la tensión más absoluta. Y aunque fuera cliché y empalagoso hasta la náusea, en ese momento tuvo que besarle. Y lo había hecho mil veces ya en las últimas horas, pero aquel tenía un sabor distinto, a nuevo, a estrenar algo que sabes que te va a hacer muy feliz en el futuro. Estaba destinado a ser el primero de muchos sin la sombra de la incertidumbre.

- Si llegas a tardar un segundo más en hablar, me habría reído en tu cara y habría dicho que era broma.

Albert sacudió la cabeza, riendo por lo bajo. Con lo bien que había interpretado Pablo su papel de seguridad extrema, y acababa de echarlo a perder.

- ¿Crees que nos dejarán estar juntos?

- ¿Nuestros padres?

- Idiota.

Pablo podía ver que aquello era algo que preocupaba a Albert, por lo que decidió que sería mejor dejarse de bromas y darle un poco de seguridad. Y de paso, unos cuantos besos por las mejillas que el otro recibió con una amplia sonrisa.

- Es decisión nuestra. No resultará fácil, ni los demás nos lo pondrán fácil, pero la cuestión es si estamos dispuestos a soportarlo. Si es más fuerte nuestro deseo de estar juntos.

Albert se dio cuenta de que tenía razón, ya que al escucharle dejó de sentir que su relación dependía del permiso o la bendición de alguien más. Era consciente de que sus situaciones eran distintas, y probablemente el líder podemita lo tenía menos difícil en su partido, en su entorno, e incluso en los medios, con la fama que ya tenía. Sería más duro para él. Se vería obligado a dar más explicaciones, sería más juzgado y presenciaría más caras de sorpresa, pero si la recompensa era ésa, tener a Pablo a escasos centímetros, acariciando su cuello y mirándole como si fuera lo más bonito que había visto en su vida, su decisión estaba clara. Cada vez que lo viera muy cuesta arriba, sólo tendría que compararlo con todo el tiempo que lo deseó en silencio. Difícilmente podría ser peor que aquello.

Y como no se le daba bien hablar de sus sentimientos cuando se trataba de cosas tan profundas, respondió tomándole de la mano libre y asintiendo con la cabeza. Pablo entrelazó sus dedos con los de él y apoyó la frente cariñosamente en la suya.

- Ah, por cierto. Íñigo ya lo sabe.

- ¿¡Qué!?


Los polos opuestos se atraen demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora