5: Inocente o culpable

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MERY

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MERY

Nos encontramos con una gran puerta de metal frente a nosotros, todos nos detuvimos cuando un guardia tocó un timbre, y el metal chirrió para comenzar a abrirse.

—La cárcel de la ciudad —escuché susurrar a alguien detrás de mí.

Me alerté por un momento, qué era lo que haríamos ahí dentro. Y más que yo jamás había leído nada sobre la cárcel.

—Divídanse con sus compañeros —habló un hombre alto, con un bastón. Llevaba una gabardina negra y caminaba rengo—, los que ya no tienen pareja ahora les formamos otra.

Me junté con Chad, y todos se desplazaron en el gran patio del recinto. Éramos ciento ochenta y ocho, escuché a alguien contar. El hombre formó nuevos compañeros de inmediato.

—Si su nueva o antigua pareja no pasan la prueba, les elegiremos otra y listo.

Miré de reojo a Chad, yo no quería otro compañero o compañera. Tenía la esperanza de que él tampoco la quisiese.

—La prueba no será dicha hasta que ya estén dentro de ella.

El hombre no tenía maquillaje como todos los anteriores, no tenía cabello, y bajo esa larga gabardina parecía estar musculoso. Caminó dentro de una pequeña puerta, y no apareció en un gran tiempo...

...

Nos pasaron, pero cuando entramos por esa puerta, había más y más puertas de metal. Sentí un mareo extraño porque hasta las luces eran distintas.

No nos pasaron juntos, cada uno entró por otra puerta. El hombre con gabardina se la quitó, y pude ver el dibujo de un rayo en llamas en su camisa, como un dije colgante.

Lo primero que vi entrando a la habitación fue a un hombre, amarrado de las manos y pies, a su lado, un perro, un perro en vivo. Jamás pensé ver uno.

Solo con su correa, descansando sobre sus patas; el hombre estaba nervioso.

Un guardia levantó su arma a mí, y me hice hacia atrás, asustada, cuando mi corazón casi me salía del pecho.

—Tranquila, tranquila —musitó el hombre, llevándome frente al sujeto amarrado y el can—. Inocente o culpable, así se llama el juego —señaló a ambos, y colocando un arma en mi mano, me indicó.

El guardia se acercó varios pasos a mí, y el metal del arma que poseía me rosaba la oreja. Mis manos temblaron cuando sostuve el arma con dos manos.

—Tienes un minuto —prosiguió el hombre de la gabardina, caminando alrededor de todos—, ese hombre robó, violó y asesinó una niña de tres años —señaló al hombre que ahora mismo lloraba, pero no hablaba—, y ese perro, se comió a una niña de tres años.

La pruebaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora