Enigmas toda vez, todo tiempo. Y, suele ser que si un día por vida ocurre aquello que tú con tu semblante, parsimonioso, intentas dar a conocer a quienes no comprenden la situación de lo que es un mundo como el tuyo, oculto tras los ojos límpidos, lúcidos y expectantes, detalles incomprensibles como señuelos mágicos que son pistas de lo que a veces callas porque se hace demasiado difícil tomarse la tarea de ordenar palabras que expliquen lo que aún ni para ti logras explicar. Era así, caos por doquier. Entonces, sin ir muy lejos, ni emplear poesía exagerada, decidí empezar a hablar. Y hablaba fuerte, así es como hablo yo. Yo hablaba de ti, te hablaba a ti, y hablaba a los demás. Contaba cosas raras que veía; de ti por instantes a veces tan fugaces, vi resplandor ocultandose en excusas que construías con esmero, y yo triste por ello enmudecí esperando, al sol, viéndote mantener la compostura. En casa, las noches fueron ya más largas que todas las otras temporadas de mi corta vida; los minutos fracciones extendidas y difíciles, propicios a la reflexión. Fui haciendome meditabundo, melancólico, desarticulado, ensimismado en un solo recuerdo, el tuyo. Consideré abandonarte pero supuse la necesidad que tienes de las palabras que hay en mí para ti, y escribo para cuando estés preparada y puedas darte cuenta por vos misma.