Capítulo XVIII: La noche más oscura de mi vida

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Ya habíamos caminado varios Kilometros, desde aquél lugar en medio de la nada, las únicas referencias que teníamos eran el incontable número de personas que ahí yacían sus cuerpos, que al contar los que llevabamos ya eran más de 35 desde que habíamos comenzado. Mis compañeros y yo aún temíamos de viajar en círculos, pues todo parecía igual, sólo arena y más arena, a pesar de eso, las niñas exploradoras (Coral y Rosa) nos estaban liderando, con la excusa de que ellas saben cómo identificar hacía dónde estaba el poblado más cerca, guiandose con las estrellas, los sonidos, la flora y sus instintos. Yo sólo pensaba que todo lo habían sacado de un libro con dibujitos, pues no pasaban de los 9 años, pero no teníamos otra opción, nadie más quería tomar el cargo.

Caminamos otro par de kilometros y no pasó mucho para que decidieran buscar un refugio, pues los más pequeños de 6 y 7 años no resistían el frío, los demás no estaban concentrados en ello, a pesar de que todos estaban pálidos, se veía cómo iban concentrados en sus asuntos; mirando al piso, algunos lloraban, una de las niñas exploradoras (Coral) nos contaba con entusiasmo cómo iba a llegar con sus padres, los iba a abrazar, y les iba a valorar más desde ese entonces. Al escuchar, no sé si era por cómo hablaba de sus padres o por su entusiasmo que era lo único que me llenaba de esperanza en ese momento, pero hacía que se me salieran las lágrimas. Francisco me mira y me dice:

-Amigo, perdón por cómo me comporté allá trás, yo también amé a alguien que me traisionó, no quiero que te dañen, ella te vendió- me mira mientras me sostiene del hombro.

Justo cuando iba a responderle, Rosa grita, mirén, ahí podemos dormir ésta noche. No era una cueva, ni mucho menos una cabaña, sólo era un muro muy grande, que en la zona trasera tenía un pozo de agua, todos corrienron hacía allá. Fue curioso pues los más pequeños se les ocurrió enterrarse en la arena, cómo en la playa, pero un poco más seco, todos intentamos hacer lo mismo, pero de forma que estuvieramos juntos para conservar el calor. Yo ántes de enterrarme agarré un poco de agua del pozo, y la llevé junto al grupo, así podíamos quien tuviera sed en la noche no debía arriesgarse a caer al pozo, la había enterrado en el suelo y me enterré cómo los demás, la arena era fría pero no tanto cómo el exterior, aún así, decidí quitarme la playera para cubrirme la cabeza del frío. En eso se acerca una chica; alta y de cabello marrón, muy delgada, que parecía haberse quedado despierta detrás del muro.

-Hola ¿Tú tampoco puedes dormir?- dice la chica.

-Estaba recolectando agua ¿Porqué estabas detrás del muro?- Me mira con simpatía y dice:

-Necesitaba meditar, necesitaba encontrar la calma en estos momentos, mi nombre es Clara- Me estira la mano.

-Yo tengo muchas confusiones en estos momentos, pero las intento sobrellevar, mi nombre es Geremías- me acaricia el rostro.

-Ven, ponte la playera, yo te cubro- me puse la playera, y me acosté sobre su hombro, ella me puso arena ensima y le pregunté:

-¿Tú no te vas a cubrir?- A lo que ella responde:

-No, estaré bien, sólo duerme- Me le quedé viendo mientras acariciaba mi rostro con su delicada mano y yo me quedaba dormido.

Al despertar tenía mucho frío, mis manos estaban helando, y estaba temblando muy fuerte, pero pude pasar la noche. Sorprendido sacudí a Clara y le dije:

-Pudimos pasar la noche Clara- La vi con una sonrísa en su rostro, pero sin hacer ninguna otra expresión, la sacudí un poco más, pero al revisar su pulso, estaba totalmente paralizado, los demás revisaron a otros niños, había 5 que no se movían, y lo único que pudimos suponer es que habían muerto por hipotermia, una chica de 9, un niño de 6, Clara, una niña de 7 y un chico de 12. Fue un momento triste, no pude conocer bien a clara, pero a lo mejor hubiera sido una gran amiga. Pusimos todos los cuerpos en una hilera, con las manos unidas, para representar la unión de los momentos más difíciles sl escapar de ahí, al caminar revisé atrás del muro y había un mensaje escrito en la tierra que decía:

"...No se quedén por los que cayeron, ustedes aún pueden seguir..." -Clara Rosales.

Eso me dio algo de valor para seguir, pero aún faltaba un largo recorrido, en mitad del desierto muchos empezaron a tener sed, y yo me había traído la cubeta que había enterrado en el piso, pero no había muchas, debido a que se empezaba a evaporar por el calor del desierto. Yo di el último trago a la cubeta, y todos seguimos adelante, por suerte Rosa decía saber cómo sacar agua de los cactus del desierto, pero sólo lo hacíamos cuando llevabamos un par de horas caminando. A pesar de la situación Coral y un niño de 7 años aún hablaban de sus familias:

-Yo llegaré con mi padre y le explicaré mi gran travesía por el desierto- dice Coral.

-Yo llegaré con mi madre y le diré todo lo que hice, así verá que ya no necesita de esas estúpidas "quimioterapias" porque yo la podré cuidar y proteger- Dice el niño.

Coral se le queda viendo, se detiene, le quita el cabello de la cara y le dice:

-Campeón, tú puedes, no dejes que ella se rínda- El niño se le queda viendo un poco confundido, parecía que para el "Quimioterapia" no significaba algo en concreto, pero fue algo devastador para los que entendíamos la palabra. Todos nos acercamos al niño y lo abrazamos en grupo, el niño se veía confundido pero feliz.

Seguímos caminando, pero uno de los pequeños de 6 años, después de una media hora se desmayó, en eso todos nos paralizamos, a excepsión de una chica de 17 años que contó sobre su curso de primeros auxilios hace un par de millas atrás, todos le dimos sombra, y lo intentamos ventilar de muchas formas, pero fue inútil, él ahí quedó. Francisco lo pone de lado, con su cabeza recargadas en sus manos haciendo parecer que estaba dormido.

Era el primer día en el desierto y contando a nuestros compañeros muertos, ya habíamos visto 41 cuerpos. Aún así, yo no podía perder las esperanzas...

El Par, De TresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora