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Aquella noche fue asombrosa.

Después de aceptar su ofrecimiento nos subimos a su auto y emprendimos el viaje camino a mi hogar. ¿Lo genial? ¿Lo irreal? Fue la cantidad de estrellas que hubo aquella noche, acompañadas de el máximo volumen de Coldplay y Asleep, entre muchas otras bandas que capturaron mi atención desde el segundo en que comenzaron a sonar dentro del descapotable.

Era como una mala copia de ese libro que terminé de leer hace algunos meses. ''Las ventajas de ser invisible'' se titulaba. Dejé el pensamiento de lado y volteé a mirar a mi acompañante que ya hacia con una sonrisa pintada en el rostro, con la vista fija en la carretera.El viento comenzó a jugar bruscamente con mi cabello dejándome ciego por momentos. La insistencia de este provocó una mueca de desagrado por mi parte.

Una idea loca cruzó mi mente.

Una idea muy loca.

¿Conocen la pose de esa estatua de Brasil? ¿Ese Cristo que todo mundo conoce? Me levanté de mi asiento, junté ambas piernas, levanté ambas manos en el aire imitando a la estatua antes dicha y abrí mis manos dejando que el templado aire de la noche cruzara a través de mis dedos.

Y como si el mundo ya no pudiera existir, lancé un grito de júbilo hacia el cielo.

—Estás demente— Logré percibir entre tantas risas que irradiaba en dirección al cielo.

No sabría explicar la situación con mayor detalle, pero su presencia me transmitía una confianza preocupante, además de una felicidad inexplicable y sumamente placentera.

—Claro que lo estoy—contesté volviéndose a sentarme después de mi ataque de liberación—¿Quién en su sano juicio aceptaría la invitación de un desconocido? ¡Ni siquiera sé tu nombre!— reí, casi inconscientemente.

Le devolví la mirada, estando completamente lúcido de que él no  podría contestar a mi osadía.

—Me llamo Pete ¿ya? ahora ya no somos desconocidos —Frunce el ceño, entiendo que parece hacerlo cuando algo le molesta.—.Ah no, aún no me dices tú nombre—Desvió la mirada por la ventana de su costado por unos segundos. —, lastimosamente seguimos siendo desconocidos ¿no?

Su sarcasmo me arrancó una sonrisa involuntariamente.

¿Qué te pasa Stump?

—Bonita manera de iniciar una charla amena —dije, seguido de un largo suspiro resignado— Patrick, Patrick Stump.

Otro incómodo silencio se anidó entre nosotros, lo único que se lograba escuchar era la estruendosa radio.

Al rato después llegamos a mi edificio aún con el molestoso silencio entre ambos, pero al parecer a él el tema no era de suma importancia

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Al rato después llegamos a mi edificio aún con el molestoso silencio entre ambos, pero al parecer a él el tema no era de suma importancia. Acomodé el estuche de mi guitara en mi hombro y lo miré de reojo antes de salir siendo vilmente contestado por su espalda y un previo portazo de su respectiva puerta, bajé, con una de duda rondando en mi mente.

¿Mi compañía le daba igual?

¿Porqué siento una angustia perforar mi pecho al pensar ello?

Sacudí mi cabeza para poder entender e interpretar el mensaje oculto que todo mi cuerpo se esmera en estamparme en la cabeza.

A decir verdad, en el pecho, más cercano al lado izquierdo, quizás.

—¿Cuál decías era tu apartamento?

Su voz interrumpió mis pensamientos, regresándome a la realidad.

Él se hallaba con la vista posada en el voluptuoso edificio de en frente a nosotros, con la nariz en alto de este y con ojos de llenos de admiración.

—Es éste, vamos.

Avancé sin esperar a que se detuviera de admirar el edificio y pasé por el costado suyo entrando abruptamente al edificio. Llegué al elevador y decidí esperarlo allí ya que, el no esperarlo fue un descuido por mi parte, muy descortés debo agregar. Al verlo caminar hacia mí examiné su rostro, bajé la mirada hacia el suelo y vocalicé un pequeño "lo siento" a lo que recibí un asentimiento de cabeza por su parte. 

Entramos al elevador y el ambiente incómodo se volvió a percibir.Pasaron algunos segundos, y creo escucharlo carraspear antes de decir:

—Eres muy lindo ¿sabes? tus ojos son dignos de alguna canción, protagonizada por mi, claro está.—comentó, evidentemente con el objetivo de molestarme y apaciguar un poco la situación.

Objetivo que claramente cumplió. Otra vez ¡estúpido rubor!

—G-Gracias—Tomé el borde de mi fedora y la hundí aún más en mi cabellos, tratando esconder mi mirada puesta en el piso y de paso, y de paso, mi existencia junto a él—. Con esas palabras las chicas te llueven ¿no?—Una risa nerviosa salió de mis labios.

Tomó mi mentón con una de sus manos y me obligó a conectar mi mirada con la suya.

—No te escondas—Me sonrió—. Independiente de mi belleza, siempre he creído que tener una buena boca es la base de toda relación.

Levantó una de sus cejas dándome a entender el doble sentido de sus palabras y lo empujo, acto inútil debido a mi estatura.

Armonías para dos-PetrickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora