Capítulo 7

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Luego de insistir llamando a John, me entero el día siguiente que se había desmayado a causa de una supuesta intoxicación, según el New York Times.

Es tan idiota como para beber del regalo de un asesino, si hizo eso tan inverosímil, es capaz de hacer cualquier cosa bajo mi mando. La botella tenía un toque de Ácido Azeláico, usado para tratamientos faciales, una onza de dicho acido puede desmayar o causar un coma fatal, e incluso la muerte. Heché menos de una onza y casi muere, que bruto fuí, de lo que me salvé.

Me doy una ducha y recibo un mensaje de John. Anunciándome lo que había pasado y por eso no había podido asistir a la cena que teníamos planteada, ya sabía eso. La ventaja de ser inteligente es que se puede fingir ser imbécil, mientras que lo contrario es totalmente imposible. Es unas de las paradojas que te vuelven un monstruo cada día más, gracias Woody Allen, por volverme loco con tus frases y asesinar mentes de inútiles con tus alocados pensamientos. Debo hacer mi papel de víctima para ayudar el corazón resentido de un pobre miserable. Voy a Brooklyn y me dirijo al puente que atraviesa e entrelaza los condados de Manhattan y Brooklyn. Un verdadero psicópata, no tiene amigos, pero si cuenta con perros fieles que mueren de hambre, la diferencia es que yo les quito el hambre por rendirme lealtad de por vida, tienen que hacer algunos trabajitos, que pueden costar una fácil inyección letal en un juzgado. Mientras que ellos lloran en prisión, yo me doy mis gustos diariamente, sentado en mi sofá.

Yo soy un hombre de gustos simples, no disfruto de tener el carro del año, la mejor mansión, ser el más famoso del mundo, ni nada relevante a ello. Yo disfruto y gozo de la dinamita, la pólvora, el acero, el metal que cubre la hoja de mi cuchillo, y sobre todo, la gasolina. ¿Sabes que tienen todas estas cosas en común? Son baratas y fáciles de conseguir.

Luego de 2 horas llego al puente y allí están esperándome en una furgoneta, mis perros hambrientos, en compañía de dos multimillonarios que me estafaron con el atraco a un banco. Quisieron verme la cara de payaso, y no saben que yo soy el que dirijo el circo.

–       ¡Están a punto de presenciar la nueva función de mi circo! ¿Es eso lo que querían no? Verme la cara de payaso, par de inútiles –les digo y les doy una bofetada–.

–       Paul, agarra el mecate, y cuélgalos en el puente, pero sin ahórcalos, deja que presencien el abismo de su muerte, por unos instantes –prosigo sonriendo como un verdadero payaso, estoy drogado de maldad–.

–       Ok jefe... Disculpe por interrumpir su palabra pero podemos formar un revuelo y pueden llamar a la poli...

Le pegué como medio cartucho de balas, no sé contar. No pueden contradecirme, no me interesa que den su vida por mí, si aceptaron los convierte en aun más idiotas. Todavía me quedan cuatro junto a mí.

–       ¿Siguen trabajando en lo que les digo o quieren terminar igual que esa basura?

–       ¿Qué quiere que hagamos jefe?

–       ¡Cuelga a los dos rápido sobre el puente!

–       Listo, en dos minutos estarán listos.

–       Un minuto por favor.

–       Quítale la cinta adhesiva que tienen en la boca, me dan asco.

Ya estaban colgados en una indeleble cuerda, sujetos a presenciar su muerte en tercera dimensión y escuchar un pequeño dialogo que les daré, para que nunca se les olvide en el infierno, porque no sobrevivirán.

9:50 AM. John no ha llegado.

Al salir de aquí debo ir rápidamente a comprar unas mascaras para mis cuatro perros y yo, nadie nos puede descubrir porque esto apenas está empezando.

Un Crimen PerfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora