una noche larga

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Después de ver a esta persona que me dijo Simón y después de haber escuchado una terrorífica historia, salí de aquella casa de madera y noté que había oscurecido bastante y que se estaba aproximando una tormenta. El viento soplaba más de lo habitual y la oscuridad predominaba la calle. Caminé para cruzar a la otra acera donde estaba estacionado la furgoneta, subí lo más rápido que pude, puesto que aún andaba con algo de susto, no solo por la historia sobre la masión, sino por el miedo de encontrarme con aquella chica que estuvo a punto de devorarle. Puse la llave en el contacto, nerviosa y antes de escuchar rugir el motor traté de calmarme recordandome a mí sisma que dentro del auto no corría tanto peligro.

Si alguien me hubiera dicho alguna vez que yo me encontraría en una situación como esta y que Argentina no era como todos pensaban no me lo habría creído tampoco.

En medio de tanta concentración sonó mi teléfono móvil, me asuste casi con la idea de salir del auto. Tomé el celular en el bolsillo de mi sudadera, era mi tía quien estaba marcando. Un leve suspiro de alivio salió de mi interior de manera involuntaria.

Antendí

—Tía...

—¿...has visto las noticias? ¿dónde demonios andas?.—parecía preocupada y suspuse que lo que vio en las noticias la estaba aterrando como la historia que e acababa de contar la persona esta que me mostró Simón —. Va haber una tormenta.

—Estoy cerca.—mentí para que se relajara, aunque últimamente andaba mientiéndola, bueno, tampoco era para merecerse una pena de muerte.

Colgué antes de que me preguntara a qué altura estaba.

Arranqué el auto y traté de conducir lo más rápido posible, sin exceder en la velocidad, mas, como si el destino nunca estuviera de mi lado, se me paró el auto en mitad de la nada. Traté de arrancar unas veces más y nada, todo intento era en vano, miré la medida de la gasolina y estaba vacío...

—¡Miérda!.—me quejé.

Bajé del coche a ver si encontraba alguien que pudiera ayudarme o algún otro auto.

A lo lejos escuchaba los enormes chaparrones que se acercaban a una velocidad casi invisible y que llegaron a mi encuentro tan rápido que los percibí de lejos. Subí en el auto sin elección, aunque no me sentía segura en el lugar. Los truenos sonaban en el interior de las oscuras nubes y los relámpagos me asustaban. Estaba decidido, no pensaba seguir averiguando sobre la dichosa mansión, iba a dejarlo todo atrás, no podía seguir arriesgándome por un simple sueño.

Alguien tocó al cristal la puerta del copiloto, el susto me paralizó y me sentí incapaz de mover. La persona trató de abrir la puerta varias veces pero después escuché y reconocí la voz de Simón diciendo que le abriera la puerta.

Le quité el seguro a la puerta tan rápido que pude y él subió, estaba tan empapado como yo.

—¿Cómo te fue?.—preguntó mientras se sacaba la chaqueta mojada.

Trague saliva al ver la figura de su torso reflejarse en la camiseta blanca mojada. Miré a otro lado.

—Tenías razón, tenías toda la razón, no hay nada que buscar.

El silencio nos invadió, y aún luchando con todas mis fuerzas para no mirarle, no lo conseguía, mis ojos morían por verle sin camisa y mis manos por tocar su pecho duro y perfecto. Sentí su mirada clavada en ni y la piel se me puso de gallina; me aclaré la garganta mucho más nerviosa.

—¿Y cómo va tu herida?

Miré mi rodilla.

—Bien.

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