Negación

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Aclaración: Esta es una historia muy vieja, del 2009, y he decidido subirlas en este portal también. Cualquier error que noten se deberá probablemente a mi inexperiencia en esa época, debería reescribirlas, pero son muchas y me tomaría demasiado tiempo. Dicho esto espero que la disfruten.

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son propiedad intelectual de Rumiko Takahashi.

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La lluvia caía con fuerza sobre su cabeza, oscuras nubes cubrían en su totalidad el cielo, y la gente pasaba a su lado corriendo o aferrándose a sus paraguas en un inútil intento por no empaparse. Algunas personas se detenían a observar con una mezcla de temor y curiosidad al enorme panda que caminaba delante de él con una mochila al hombro.

Todo le recordaba a aquel día, ese en el cual su vida cambió para siempre, el día en que fue obligado a comprometerse con una extraña, y a cambiar la vida de viajero errante a la que estaba acostumbrado, por una de hogar con sus reglas y normas de comportamiento. En esos momentos solo deseaba curarse de su maldición, no tenía tiempo para una relación amorosa, mucho menos un matrimonio, él era un artista marcial, toda su vida se había preparado para ello y hasta el momento nunca se le había pasado por la cabeza convertirse en un esposo, eso era algo que le sucedía a otra gente no a él. ¿Por qué? Muy simple, eso se suponía que era algo bueno, y a él sólo le pasaban cosas malas...

Y lo peor vino cuando llegó a esa casa, la recepción fue todo menos cortés, no era que los culpara, cualquiera habría reaccionado negativamente al ver entrar en su sala un panda cargando una pelirroja, cuando esperaban un par de hombres, aún así en esos momentos de frustración algo lo hizo sonreír... ella. No solía sonreír muy a menudo, sólo cuando lograba dominar una nueva técnica, o conseguía comer una ración considerable de alimento sin que le fuera arrebatada, pero ella con unas palabras y un gesto tan dulce y cálido como sólo podía ser una sonrisa suya, iluminó su mundo en un instante. Pero luego de un rato, la ilusión se desvaneció, y conoció a la verdadera Akane... su prometida.

Esa chica torpe, violenta, agresiva, que jamás confiaba en él, y lo consideraba el peor de los pervertidos y mujeriegos, esa era justamente la chica con la que se casaría, entonces el matrimonio después de todo si era algo malo, así que todo volvía a su normal configuración en el mundo, y el matrimonio acabaría tocándole a él inevitablemente. Luchó, gritó, pataleó, incluso en una ocasión mordió, por evitarlo, pero muy dentro suyo sabía que sólo estaba aplazando lo inevitable, debía casarse, y lo haría con la horrenda y detestable chica que sólo sabía golpearlo. Porque era su destino, porque no podía cambiarlo, porque provocaría a esa chica hasta que lo golpeara, y la insultaría hasta que sus palabras se volvieran realidad... sólo para que ese destino no cambiara.

Una risa femenina se escapó de sus labios ante tal pensamiento, sólo era un niño en esa época, uno que creía poder engañar al destino con una actuación tan deprimente, el mismo que creía que la virilidad se medía en centímetros de busto. Pero ahora había madurado, al menos lo suficiente para que en un escenario idéntico al de dos años atrás, la escena fuera totalmente diferente, él no sólo no se preocupaba por el cuerpo de chica que en estos momentos lucía, ni se resistía a acercarse a la residencia Tendo, sino que estaba absolutamente ansioso e ilusionado por hacerlo.

Faltaban escasas cuadras para llegar a esa casa donde estaba ella, sólo pensar en eso hacía que todo su alarde de madurez se volviera ridículo, y comenzara a temblar como una hoja seca. Introdujo su mano al bolsillo y apretó la cajita que guardaba celosamente allí, no lo ayudó a calmarse, pero le recordó algo muy importante... Akane lo esperaba y lo extrañaba tanto como él a ella. Maldijo internamente a su padre, dos meses de entrenamiento había sido demasiado, antes de conocerla incluso entrenaba durante medio año, pero ahora era diferente, ahora tenía un lugar al que regresar, y ese lugar no precisamente era una casa, ese lugar era ella. Aún así debía ser justo, ese entrenamiento en el templo budista, esos dos meses de absoluto silencio, y sin contacto con nadie más que su padre y unos pocos monjes del lugar, le habían ayudado a reordenar las ideas. Pero aquella noche tres semanas atrás, cuando desesperado escapó del templo entre las sombras, y corrió cientos de kilómetros hasta encontrar un pueblo, y lo más importante; un teléfono, esa noche lo marcó para siempre. Luego del quinto intento, cuando al fin logró controlar sus nervios y marcar el número correcto, al escuchar su voz casi se le escaparon las lágrimas, tal vez era algo normal en alguien que no había escuchado voces en más de un mes, pero con la gente que habló minutos antes en ese pueblo no le había sucedido nada parecido, sólo con ella.

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