Capítulo 2: Ansiedad.

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Añoranzas y 9 de septiembre:

-Tranquila, todo va a ir bien, no va a ser como la última vez-mi padre me acaricia el pelo y me abraza, se preocupa de que me rompan el corazón, no entiende que ya estoy rota.

-Lo sé, papá-miento.

-Te quiero-dibuja con sus labios una fina sonrisa.

-Y yo.

Cuando empiezo a cruzar el umbral de la puerta mi padre empieza a llorar, evito girarme y salgo de casa. Me entristece tanto verle llorar que no sé si podría sobrellevar esto. Papá es lo más importante de mi vida, pero no es el mismo desde que mi madre nos abandonó. Yo aún tengo grabado en mi retina cómo la mujer que me llevó en su vientre por 9 meses salía de nuestro hogar con un portazo. Resuena aún en mi mente las palabras, carentes de razón y sentido, que dirigió al único hombre de este planeta que vale la pena:

-Todo es tu culpa, te odio.

Nunca podré olvidar la cara de mi padre, pude ver reflejado en su rostro cómo su corazón se quebraba y los trozos del mismo caían al suelo. Sin embargo, ese día no lloró, no gritó. Yo le observaba a su lado, asustada y expectante, pero él tan solo me miró con los ojos vacíos y me abrazó, susurrando en mi oído:

-Solo te necesito a ti, solo te quiero a ti.

Yo sí lloré, lloré hasta que no me quedaron lágrimas, grité hasta que la garganta me lo permitió. Pero mi padre no se apartó de mí, se quedó a mi lado acariciándome el pelo y diciendo que lo era todo para él. Cinco años después recuerdo ese momento como si fuera ayer.

Disipo estos pensamientos de mi mente, en apenas diez minutos estaré rodeada de adolescentes insoportables, sonrisas vacías y miradas que buscan aceptación. Quiero pensar que estoy lista para todo esto pero siento la ansiedad subir más y más a cada paso que doy, siento de nuevo la presión en el pecho que me lleva arrastrando de vuelta a mi habitación durante dos años. Todo se repite en mi mente. Los gritos, insultos y golpes de los que fueron mis compañeros, mis "amigos", se repiten sin parar en mi cabeza. Dolieron, duelen.

Siento la oscuridad y el pánico apoderándose de mí. Me apoyo destrozada en la acera y escondo la cabeza entre mis rodillas, necesito no ver nada, no sentir nada. Salgo de ese sueño de golpe, sobresaltada me echo hacia atrás cuando siento una mano que se apoya en mi hombro.

Una persona, un enemigo, me va a hacer daño.

Es una mujer, con el pelo rojo como el mismísimo fuego, me pregunta si estoy bien. Asiento mientras dos lágrimas hacen una carrera por mis mejillas. Sonríe y se dirige de nuevo a mí:

-Deberías secarte las lágrimas y levantarte, la ceremonia de apertura empieza en media hora-sonríe de nuevo.

Asiento por segunda vez, estoy temblando, mis manos buscan apresuradamente la cajetilla de tabaco que hay guardada en mi mochila. Dejo mi vista fija al frente mientras me acerco el cigarro a la boca, veo los coches pasar, tengo las manos manchadas de nicotina y la mirada vacía, no puedo hacer esto. Solo quería hacer esto por mi padre, quiero ver de nuevo cómo los hoyuelos surgen de sus mejillas, quiero que sonría otra vez como cuando acepte venir a esta mierda de instituto, pero es innegable que tengo miedo, mucho miedo. No puedo dejar de temblar, veo el humo salir del pitillo e imagino que es mi alma, difundiéndose en el cielo, subiendo y mezclándose con las nubes.

¿Alguna vez habéis sentido que vuestro único problema real es estar vivo? Es curioso cómo se siente, parece que te duela la propia vida. No soy más que una cobarde que ni siquiera puede huir. Lo sé. Pero sigo, muevo y juego. La vida corre sin parar, siempre gana todas las partidas o solo hace que pierda. Pero sigo aquí, viviendo.

Me levanto de la acera aún temblando y me dirijo hacia el instituto. No hay palabras para describir el pánico en el que me encuentro sumida, estoy en peligro, estoy rodeada de enemigos, y aún por encima enemigos en plena pubertad. Quiero huir, de verdad, quiero encerrarme en mi habitación y no salir nunca, sufrir sola y tranquila.

Pero finalmente me levanto con la única motivación de ver al hombre que me dio la vida sonreír.

Cruzo el portal del instituto y veo el imponente edificio, un montón de adolescentes invaden las escaleras que llevan a la entrada de mi futuro infierno. No me puedo echar atrás ahora, solo me queda avanzar, camino entre la gente sin apartar la mirada del suelo. Me aprieta el pecho, me duele. Me repito el "todo va a salir bien" de mi padre mientras entro en el edificio. Críos inundan los pasillos, sonrisas falsas y carcajadas vacías los acompañan. Busco desesperada el baño, necesito encerrarme, sola, aún que sea durante un minuto. Mantengo la mirada fija en el suelo. Cruzo los pasillos hasta encontrar por fin un lavabo, por suerte está vacío. Empapo mi cara en agua para así enfriar mis miedos y calmar mis nervios. Miro el reflejo que me contempla, parezco un cervatillo asustado. Bueno, realmente lo soy, rodeada de cazadores que tienen palabras como rifles. No aparto la mirada de mi rostro, tengo los ojos apagados, el azul brillante que tienen cuando estoy en casa con papá se asemeja a un mar tormentoso ahora, parecen muertos, parezco muerta. La palidez de mi piel hace contraste con mi oscuro cabello, que cae por mi cara acabando en la mitad de mi sudadera.

Enciendo un cigarrillo en el baño y disfruto de ver el humo subir, es un tranquilizante instantáneo. Escucho chicas entrar y salir del baño, risas y comentarios, no les presto atención, necesito tranquilizarme, la primera clase empieza en media hora, debo estar perdiéndome lo que quede de la ceremonia de apertura.

Me pregunto cómo se sentiría caminar por los mismos pasillos sin opresión en el pecho, con la mirada al frente y la cabeza bien alta. Nunca me pasará, no puedo ser la que hace crueles e innecesarios comentarios sobre cualquier aspecto de los demás, ni siquiera quiero eso. Prefiero mi sincera tristeza a su felicidad superficial.

Mediocre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora