Martes 12 de Agosto de 2008

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El colectivo iba a cargado como siempre en hora pico. Jhon salía del trabajo media hora tarde. Trabajaba para una revista poco conocida y sus artículos rara vez eran publicados. Recién graduado de la facultad de periodismo, escribir artículos sobre el aumento de gas o sobre algún que otro crimen menor no era exactamente lo que había soñado cuando cinco años atrás dejó su casa materna ubicada en la parte baja de California, Estados Unidos para tomarse un avión a Buenos Aires donde su padre, un hombre bien posicionado se ofrecía a pagar sus estudios a cambio de que Jhon cuide de él y de su casa cuando ya no esté.
Nunca tuvo relación con su padre antes. Este se limitaba a enviarle la pensión a su madre todos los meses. Si bién ni a Jhon ni a su madre nunca les falto nada, no estaba acostumbrado a los lujos que encontró en Buenos Aires. No duró mucho sin embargo. Ya que en el último año de vida de su padre antes de que una terrible enfermedad mortal se lo llevara, Jhon se dedicó a la buena vida gastando todo el dinero que quedaba en mujeres y fiestas universitarias. Una vez muerto su padre, vendió la casa para pagar sus deudas y se mudó una pensión precaria en el pintoresco barrio de San Telmo.
Con media carrera adentro, Jhon no dudó ni un segundo sobre su estadía en Buenos Aires. Y fueron pocas las veces en las que cegado por el cansancio de una larga jornada se arrepentía de no haber vuelto en cuanto pudo junto a su madre a su acojedora casa de California.

Jhon iba sumido en sus pensamientos y no notó que se había pasado varias cuadras de su parada, se apresuró para bajar y no vió a la menuda chica con cabellos alborotados que corría en su dirección hasta que tropezó con ella tirandole las pertenencias al suelo.
-Lo siento – masculló él mientras se agachaba para levantar un ejemplar de Rayuela de Julio Cortazar. Un escritor argentino del que Jhon poco había oído hablar.
-El señalador- dijo ella con el ceño fruncido mirando el libro.
-¿Perdón?
-El señalador-  señaló con un gesto un papel que habia caido en un charco junto a la vereda. -. Bién. Ya no sabré por que parte iba.
-Oh- dijo él y levantó el papel ahora mojado y sucio. -yo…Lo siento. Le tendió lo que quedaba de un bonito
señalador aparentemente comprado en la librería Cúspide.
Ella lo miró con unos intensos ojos verdes, luego sin decir palabra dió media vuelta y se fue. Jhon sin saber bién por qué sintió ganas de correr tras ella.

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