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Querida, Cece, creo que siempre fui lo suficientemente obvio.
Creo que siempre supiste que estaba enamorado de ti, chica fuego.

[...]

Recuerdo aquella tarde de verano en la Madriguera.
Tú tenías apenas seis años y yo ocho.
Todos jugamos al Quidditch y algún que otro juego de mesa muggle aquella tarde.

Salimos al tejado mientras que tu abuela, Ginny, armaba dentro la Cuarta Guerra Mágica porque no había sido capaz de ganar a Harry ni una sola vez.

El sol se ponía mientras que hacías pequeñas llamas con tus manos para después hacerlas flotar delante de nosotros unos segundos, hasta que se consumían.

Tu sonrisa se ampliaba cuando conseguías una llama más grande que la anterior y, al caer la noche, las estrellas se reflejaban en tus ojos.

— Miles —me llamaste—, ¿serás mi amigo siempre?

— Siempre, Cece, siempre.

Fue entonces cuando me enamoré de ti.
Eramos y somos muy diferentes pero todos sabemos que un puzzle no se completa con piezas iguales, puedes intentarlo, sí, forzar las piezas hasta que encajen de alguna forma, pero todo se rompe si no se trata con el debido cuidado.

[...]

— Miles, eres estúpido — reclamaste cuando te levantaste del suelo con una mueca de dolor.

Y verdaderamente lo era.

Era tu primer año de Hogwarts y ambos estábamos en los jardines junto a tu hermano, algunos de tus primos y mis amigos, subiendo a los árboles y viendo quién era más rápido.

— ¿Me dejarás caer? —preguntaste asustada.

— Nunca, Cece.

Y debería haber cumplido mi promesa.
Fui un idiota.

Y estoy seguro de que a partir de ahí siempre lo fui.

[...]

Me dejaste de hablar durante meses hasta que te acabaste rindiendo.

No sé si prefería que me ignorases de la manera en que lo hacías o que me hablases cómo me hablaste aquel día.

— ¡Me tienes harta, Lexington! Me hiciste una promesa. ¡Me dijiste que siempre serías mi amigo! Y también me dijiste que no me dejarías caer —los ojos se te cristalizaron y a mi se me rompió el corazón—. Todo fue una mentira, ¡todo eso fue una vil mentira! ¿Es que no lo ves? Me dejaste caer y ahora no puedo salir de este pozo sin fondo —para ese momento tú ya estabas llorando y yo lo habría hecho si no fuera porque estaba demasiado ocupado intentando cerrar la grieta que abriste en mi corazón—. Por tu culpa soy incapaz de concentrarme en clase y de dormir por las noches. Sufro cada hora, cada minuto por tu culpa, porque pensé que eras mi amigo y me dejaste. Te odio, Miles.

Creo que desde ese momento siempre me odiaste.
Pero yo era incapaz de odiarte a ti, chica fuego.

[...]

Tú siempre fuiste una llama.
Llenando todo con tu luz y dando calor a los que te rodeaban.
Quemando a los que se te acercaban demasiado.

Yo siempre estuve demasiado cerca del fuego y finalmente me convertí en simples cenizas.

Fénix | #FicDelFicLMM | CilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora