09 | Equivocada.

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Él lo había dicho. No debí haber dicho "eso".

Pero "eso" era cierto y yo no podía dejar de pensar en "eso" debido a que por primera vez me había dado cuenta de cuánto me sentía atraída por él. Pero había comenzado a hacer como si nunca hubiera salido de mis labios desde que él pidió que fuera Viviana la que lo atendiera y no yo, como siempre.

Quería poner la mayor distancia entre nosotros dos y lo acepté. No iba a mendigar el interés de nadie, menos de Mario. Alan tenía razón, era un idiota jactancioso.

Ahora lo único que me preocupaba era poder dar con mi madre. Había guardado dos números de donde ella me había llamado antes, a pesar de que ella me dijo que no lo hiciera. Yo tenía derecho de saber dónde estaba metida y por qué huía de mí. Así que ese día a la hora del almuerzo iba a llamar y le iba a exigir que me diera una dirección para poder localizarla. Su silencio no emitía seguridad sino todo lo contrario.

—¿No escuchas o qué?—Escupió Carolina chuzando mi brazo con un tenedor—Faltan camareras y tú aquí, viendo la pared como una tonta.

Me acomodé el uniforme del que me iba a poder deshacer en una semana y media. En dos días sería veinticinco de diciembre y yo nunca había pasado una navidad tan sola. Salí y vi ocupadas cuatro de las casi quince mesas y rodé los ojos.

—Se necesitan camareras... Sí, claro—Murmuré entre dientes.

—Vanesa, ¿Me puedes ayudar con ese cliente de allá?—Pidió Katerine con una mano en el estómago y expresión de dolor en el rostro. Ella estaba atendiendo una chica joven y Viviana más allá, en la mesa del rincón derecho estaba tomándole la orden a Mario. 

Caminé hacia el sujeto que no había visto porque tenía cubierta la cara con la carta y me paré frente de la mesa. Dije las palabras del protocolo de entrada y el tipo bajó la carta, dejando al descubierto el rostro del pervertido comprometido del otro día. Sentí como si alguien hubiera metido detrás de mi blusa un cubo de hielo y éste se hubiera deslizado por mi columna vertebral.

— ¿Qué va a ordenar?—Dije para romper el silencio tensionaste y él no respondió sino que se quedó viendo mi cara, como si esperara que yo entendiera algo de lo que intentaban decirme sus ojos.

—Lo que quiero no está en la carta. —Siseó con voz pesada e irritantemente lenta.

— ¿Y qué es lo que quiere?—Me atreví a preguntar, a pesar de que no quería saber la respuesta. El sujeto esbozó una sonrisa sin dejar de verme a los ojos y se rascó la mandíbula—Escuche, no tengo todo el día.

—Pues yo no veo que tengas a quién más atender.

—Sí, a mí. —La voz de Mario llegó desde atrás, me giré y lo vi de pie esperando a quién sabe a qué con las cejas casi juntas y los dientes apretados.

—Pues tendrás que esperar porque me está atendiendo a mí. —Respondió el sujeto y Mario dio dos pasos más, más cerca al tipo.

—No, no voy a esperar. Ven, Vanesa. —Me tomó de la mano e intentó llevarme a su mesa pero yo contra todo perjuicio me mantuve firme y Mario tuvo que detenerse.

—Lo siento, Mario. Estoy trabajando—. Fue lo que le dije y me solté de su agarre dándole la espalda—Entonces ¿Qué va a ordenar?

—Sé quién es ese sujeto, sé que no quieres atenderlo. —Susurró Mario en mi oído, pegando su cuerpo a la parte derecha del mío. Enfrenté sus ojos y forcé mi gesto.

—Estabas ocupado evitándome ¿Lo olvidas? Ve y dile a Viviana que tome tu orden—. Susurré en tono firme. Era ridículo tener esa conversación de todos modos.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora