El amuleto de Delphine (Relato corto)

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Este relato lo escribí para el Desafío de los Signos Zodiacales organizado por Shiu Cha.  El signo que me tocó fue Piscis.

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                                                  El amuleto de Delphine

                                    Y el marinero ocultó el amuleto, para que la ninfa                       permaneciera junto a él en la aldea y no regresara a los mares.

Chloe había escuchado la leyenda de Delphine decenas de veces. Su abuela se la contaba todas las noches antes de dormir mientras le desenredaba su larga y dorada melena. Ese era su cuento favorito. Le encantaba imaginarse el palacio donde vivía la ninfa; ese ser de piel luminosa, de cabellos color trigo y poseedor de una voz angelical capaz de cautivar a cualquier hombre. 

Según le contaba su nana, Delphine era hija de Tymon, la mano derecha del Rey Milo, dueño y señor de las aguas que rodeaban la isla Cynara. El castillo yacía en las profundidades del mar, junto a un arrecife de coral habitado por un sinnúmero de especies marinas. Guerreros armados con tridentes que cabalgaban sobre delfines lo defendían de las fuerzas oscuras de Ciro, quien odiaba a los humanos y a menudo provocaba tormentas y naufragios.

Los antepasados sabían de la existencia de las dos deidades. Por eso le rendían culto a Milo, al que llamaron el dios protector de los marineros. Todos los años, a finales de febrero, los aldeanos celebraban un gran banquete y hacían un ofrecimiento al dios.  Colocaban frutas, flores y artesanías confeccionadas por las mujeres en una balsa de bambú y la tiraban al mar.

Un día, un joven marinero al que llamaban Demetri se fue con una barca a pescar. Las nubes del cielo daban buena señal, por lo que se lanzó sin preocupaciones.

Según fue remando y alejándose de la aldea, el mar comenzó a cambiar. Le costaba mover los remos, como si las aguas se hubieran vuelto más densas. Pronto la nubes se cernieron oscuras y amenazantes sobre el océano y el horizonte, anunciando el comienzo de una tempestad.

El joven intentó dar la vuelta a la barca y regresar, pero el viento comenzó a soplar con fuerza, produciendo un silbido agudo y marejadas que sacudían el pequeño barco. Demetri paró de remar y se aferró a los bordes de la madera para no caer en el abismo azul.

Entonces invocó a Milo pidiendo protección, tal como le había enseñado su abuelo. Aguardó en silencio por unos minutos, agarrándose con todas sus fuerzas a la barca, la cual no paraba de moverse.

El joven logró llegar a la orilla y dio gracias a Milo por haberlo escuchado. Luego desembarcó y se tiró bocarriba sobre la arena a descansar. Una vez que recuperó el aliento, la vio, sentada sobre una gran roca tocando el arpa.

Aunque lo hubiera querido, no habría podido despegar la mirada de aquella joven mujer. Su piel era lozana y tersa; sus ojos, del mismo color que las aguas que poco antes querían tragárselo. El cabello, que parecía estar hecho de hilos de seda dorada, le llegaba más abajo de la cintura. Aquella muchacha no podía ser humana; tenía que ser una ninfa.

Delphine cruzó su mirada con la de Demetri y le ofreció una dulce sonrisa, gesto que lo deslumbró a tal punto que decidió hacer lo innombrable.

Según los mitos, si un hombre le robaba el collar a una ninfa del océano, ésta no podría regresar al mar y tendría que permanecer en tierra firme.

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