¿Quién diría que el hijo del empresario más exitoso de la ciudad estaría al lado mío, en una cama, suicidándose?
Cabello ladeado, ojos azules y una sonrisa que desmayaría a cualquier chica adolescente, era adorable por naturaleza. Nacer con una fortuna y una familia perfecta para todo lente de cámara era la pobre vida monótona de este chico, nacer para verse perfecto, aunque no lo era.
El primer día que lo ví supe que no era feliz, que su mirada perdida lo ahogaba y que la sonrisa que mantenía era falsa. Y lo más curioso fue su timidez ¿Acaso no tenía que hablar acerca de su maravillosa vida todos los días? Recuerdo la sonrisa tímida y la carcajada que hizo cuando le bromeé de nuestras circunstancias. No lo conocía y él tampoco a mí.
Pero era suficiente.
Me echaron de la casa a los diecisiete años, justificándose con sólo decir que era una abominación de la sociedad y que prácticamente me desheredaban de por vida –para resumir-, tuve que vivir de trabajos temporáneos en cualquier lugar del país, casi reprochables, pero necesitaba comer.
Y lo conocí justo cuando el barman de una discoteca me encontró con otro tipo en el baño, mi único defecto era no poder calmar mis hormonas, pero cada noche me vaciaba más día por día, cavando un hoyo tan profundo como infinito. Me recogió justo cuando cerraban la puerta en mis narices y vociferaban algunos insultos callejeros muy vulgares para escribirlos, le parecía la situación más graciosa de su vida y lo único que me atrevía a hacer era mirarle con desasosiego, pero su sonrisa era jodidamente encantadora.
Costó tiempo conocer su verdadera historia, lo cito: “La vida es una mierda cuando todos vigilan lo que haces, cuando todos esperan lo mejor de ti y terminas desilusionándolos como si fuera tu obligación ser perfecto” decía. Desde que su papá se enteró de que su pequeño y único hijo no era el varón u el “hombre” que buscaba no dudó en tomar las medidas más crueles con él. Varios moretones en el ojo, dejar de reconocerlo como único hijo heredero y echarlo como cualquier cosa, fue totalmente escandaloso para la prensa amarilla, en ese entonces.
El sarcasmo con el que me hablaba, la parsimonia con la que movía sus labios y sus técnicas de seducción me enredaron como arbusto de uvas, cuando me besó en mi apartamento en todo el centro de la ciudad, cuando amanecí con su cuerpo a mi lado y una sonrisa que se clavaba en mi pecho como un tatuaje, ahí lo conocí por completo.
No éramos tan diferentes ¿Verdad?
Era extraño como la familia “perfecta” en la que él vivía era más disfuncional que cualquier otra. No conocía a su madre, su papá trabajaba o dejaba embarazadas a las criadas –cualquiera de las dos- y aparentaba ser feliz con su madre que coincidencialmente era una de las prostitutas más famosas del Beverly Hills. Él nunca lo fue.
Y su primer beso fue con el hijastro de un amigo de su padre, veía como sus ojos se iluminaban de a poquito al contarme la historia bajo las sábanas. -¿Sabes? Él también odiaba a su papá, él también quería irse, me confesó que quería vivir conmigo en una villa de la toscana, pero éramos niños de trece años.- decía.
Y cuando le narré mi primer beso ví como su boca se entreabría con cada palabra, no era millonario, no llegaba a clase media, tenía que trabajar a veces para hacer la tarea del colegio o para comprar ropa decente, conocí al chico a las afueras de un bar. A sus catorce años era uno de los gígolo más famosos de la zona, me escapaba de mi casa para visitarlo en las noches y trataba de consolarle, pero él terminaba llorándome en el regazo. Me besó justo antes de irse, antes de no volverlo a ver, lo único que recuerdo con claridad era como sus labios me besaban con un sentimiento de culpa y necesidad.