-Paciente 368. Nombre: Stephen Knights. Celda 629. Agravantes: Secuestro, Homicidio premeditado, Asesinato múltiple, Atentado contra la humanidad... Entre muchísimos otros... Sentencia: Cadena perpetua, en vista para sentencia para el corredor de la muerte. - El doctor levantó la mirada del archivo que tenía en la mesa y la puso sobre mí. - Vaya, parece que tenemos un historial complejo. Steve... ¿Puedo llamarte Steve? - Me encogí de hombros. Me daba igual.
-Dime, ¿cómo es la celda?
Hasta ahora yo había mantenido la vista entre la mesa de metal y el suelo, sin mirar a ninguna parte. Pero levanté la mirada y pensé que tenía cojones que a pesar de estar en una celda asquerosa, llena de insectos, sin ventilación, con un espacio de dos metros cuadrados con apenas sitio para una sucia sábana a la que llamar cama, viniesen a preguntarme que si me encontraba a gusto en mi celda. Me limité a mirarlo a través de las gafas. Tenía ojos color gris tormenta.
Él asintió, como si esperase esa respuesta.
-Conocer cómo vive un hombre es la mejor manera de acercarse a él. ¿No vas a decirme nada?
El silencio persistió en el aire cargado de humedad, presente en todas las celdas.
-De acuerdo. Como has observado, no soy policía, soy doctor. Soy el psicólogo Marti Aselsio.
Que fuera tuviera un nombre tipo italiano empezaba a cuadrarme con su locuacidad.
-No soy italiano, por suspuesto, pero mi padre lo era. - Vaya, parece que en parte he acertado.
El doctor paseó durante unos momentos por su lado de la mesa. Yo me encontraba en la parte ancha de la mesa que daba a la puerta y el se encontraba en el lado del escritorio, ya que estábamos en su despacho. Dos gorilas esperaban fuera, con cara de indígenas con muy pocos humos. La habitación estaba matizada como si fuese un despacho, pero daba la sensación de ser una sala de interrogatorio con alguna librería baja y un médico en vez de un teniente del ejército estadounidense o un oficial de la policía al mando de una operación que no abarcaba a comprender. Nadie conseguía atravesar el complicado rompecabezas que era mi mente, aunque todos lo intentaran. Supuse que aquel pelele vestido de doctor era el encargado ahora de sacarme los entresijos.
-Bueno, dime, cuéntame acerca de tus padres, eso también me ayudaría a construir un perfil sobre ti.- Le volvi a mirar con la misma cara, la misma expresión dibujada en el rostro, una mezcla de cansancio, agotamiento y seguridad en mí mismo. Tras unos instantes, el médico volvió a hablar.
-Mira, Steve -se quitó las gafas, las cerró, y las puso sobre la mesa con espíritu acabado- ,ya se ha dictado la cadena perpetua para ti. Los de arriba están discutiendo para enviarte cuanto antes al paredón, no creo ni que te den el honor de la silla. Todos sabemos lo que has hecho, incluido tú. Te queda la redención o hablar conmigo. Sé que lo primero no va a ser, ¿así qué? ¿Qué me dices? Sólo pido tu historia, ya no puedes cambiar nada. ¿Me contarás tu historia?
Un larguísimo silencio procedió después, un silencio en el que se oía el vibrar del aire, las gotas de agua al deslizarse por las paredes, el repicar de las patas de las arañas tejiendo sus trampas. Un silencio envuelto en la mirada fija y penetrante que me pedía ayuda para salvar mi alma. ¿Acaso tengo yo de eso? Durante toda una eternidad no dio su brazo a torcer en aquella silenciosa súplica.
Un suspiro resonó como si fuera una campana de fin de asalto. Él se había rendido. Se peinó el pelo hacia atrás, decepcionado y triste al incorporarse de su anterior posición interrogante. Se dio la vuelta y se apoyo en una de las librerías sin mirarme.
-¿Por qué?
Se giró como un resorte con los ojos entrecerrados, como si temiese que hubiese sido su imaginación.
ESTÁS LEYENDO
Memorias de un asesinato
Science FictionSólidas. Frías. Inhóspitas. Así es como se me antojan las paredes de la carcel en la que cumplo condena. Los minutos se alargan y se confunden entres sollozos en la oscuridad, entre susurros que desean la cálida luz del sol, entre crujidos que son...